Enamorarse y no ser correspondido. Correspondido
y no enamorarse. Tal vez, desamorarse después de estar enamorado. Cuantas veces
somos capaces de amar en la vida. Quizás sólo amamos a una sola persona o nunca
llegamos amar. O por suerte estamos allí en el momento y lugar preciso.
Julio ama a varias mujeres, dos embarazadas al
mismo tiempo y en dos ocasiones; las veces que vamos al supermercado, queda
encantado por la mujer que está al frente de él en la cola, más bien, si ve un
palo con faralao lo enamoraría “así decía mi abuela, que al parecer viene desde
la antigüedad”. Y el don que tiene este tipo es tan mágico que las mujeres caen
rendidas a sus pies y hasta se han agarrado por los moños por él, y él más
feliz que nunca. No puede vivir sin ninguna de ellas. Llora como un niño si una
de ellas lo desprecia y hace lo posible por conquistarla otra vez, aunque se
ponga su propia soga por el cuello.
Carlos ha comprado el amor de aquella mujer
con dinero y galanteos, y aunque ella le hizo caso los primeros días no puedo
comprar su verdadero amor. El entregarse en cuerpo y alma, pues, ella se fue. Y
él sigue comprando amor a veces con despecho.
Ni hablar de Simón que adora a su esposa y es
lo más sagrado que tiene, nadie como él para enamorarla día tras día y hacer lo
que ella diga, pero como ella no está en todos los sitios que él está o más
bien en un descuido “él le monta cacho”, claro, que su esposa nunca se dé
cuenta y se cuida que alguien le diga algo.
Una vez, una alcaldesa le pagó los estudios a
un jovencito con tal que él estuviera a su lado en su momento de soledad, sólo
de compañía, pero cuando tenía unos tragos encima lo llamaba a cada instante hasta
enloquecer.
Rafael está desengañado desde el año pasado,
la mujer se fue con otro hombre, y a partir de ese momento no hace más que ir
de fiesta en fiesta y emborrachándose hasta el alma, de mujeres en mujeres,
hasta un apodo le pusimos “cosita alegre”, y él no hace más que reírse y decir
que está bien, pero todos sabemos que está más mal que al principio del
despecho.
Cuando era niña conocí a un hombre que pasó
cuatro años de su vida llorando en una mesa y escuchando música melancólica.
Llegaba del trabajo y después del baño se recostaba en la mesa a llorar y
llorar.
Pero Anita fue todo lo contrario, se rizó el
cabello, se hizo cirugías en las tetas y se maquilló hasta los pies. Por allí
se le ve tan bonita como antes y se atrevió a estudiar. Y siempre dice “echar
para adelante, aunque sientas que te está muriendo por dentro”.
Paula comenzó hablar mal del esposo después de
haber convivido con él más de quince años, habla tan mal del hombre que a veces
la dejamos hablando sola, y lo peor que por cualquier cosa siempre termina
hablando de él. Ella dice que no está enamorada de él, pero se le ve en los
ojitos y hasta en la forma de caminar que sigue enamorada y que ese despecho no
se ha curado a pesar de los años.
Generalmente en los periódicos sale el típico
hombre que acaba con la vida de su esposa o viceversa, prefieren verlos muertos
que con otra pareja. También está el que acaba con su vida propia porque no ve
la vida fuera de esa persona y el sufrimiento es tan grande que deciden
terminar con su vida. A veces matan a la pareja para después acabar con su
vida.
Están los que disimulan haber superado tal
despecho, están callados sin mencionar palabras, pero se le ve en sus ojeras
haber llorado a escondidas por muchas horas.
Hay quienes la separación no le afectan ni un
poquito, y no les hace falta la costumbre de haber convivido con esa persona.
Más bien dicen me liberé, soy una persona libre “¡de lo que me estaba
perdiendo, y viviendo de esa manera sin ninguna necesidad!”
Por último se encuentran los que sufren el
despecho por unos días, pero enseguida se levantan, sin ningún remordimiento de
conciencia se consiguen otra pareja. Y si mil veces se separa mil veces se
vuelven a casar y nada a pasado, así es la vida.
Escribe Hogareña
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