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jueves, 24 de julio de 2014

DESPECHAO HASTA EL ALMA

Enamorarse y no ser correspondido. Correspondido y no enamorarse. Tal vez, desamorarse después de estar enamorado. Cuantas veces somos capaces de amar en la vida. Quizás sólo amamos a una sola persona o nunca llegamos amar. O por suerte estamos allí en el momento y lugar preciso.
Julio ama a varias mujeres, dos embarazadas al mismo tiempo y en dos ocasiones; las veces que vamos al supermercado, queda encantado por la mujer que está al frente de él en la cola, más bien, si ve un palo con faralao lo enamoraría “así decía mi abuela, que al parecer viene desde la antigüedad”. Y el don que tiene este tipo es tan mágico que las mujeres caen rendidas a sus pies y hasta se han agarrado por los moños por él, y él más feliz que nunca. No puede vivir sin ninguna de ellas. Llora como un niño si una de ellas lo desprecia y hace lo posible por conquistarla otra vez, aunque se ponga su propia soga por el cuello.
Carlos ha comprado el amor de aquella mujer con dinero y galanteos, y aunque ella le hizo caso los primeros días no puedo comprar su verdadero amor. El entregarse en cuerpo y alma, pues, ella se fue. Y él sigue comprando amor a veces con despecho.
Ni hablar de Simón que adora a su esposa y es lo más sagrado que tiene, nadie como él para enamorarla día tras día y hacer lo que ella diga, pero como ella no está en todos los sitios que él está o más bien en un descuido “él le monta cacho”, claro, que su esposa nunca se dé cuenta y se cuida que alguien le diga algo.
Una vez, una alcaldesa le pagó los estudios a un jovencito con tal que él estuviera a su lado en su momento de soledad, sólo de compañía, pero cuando tenía unos tragos encima lo llamaba a cada instante hasta enloquecer.
Rafael está desengañado desde el año pasado, la mujer se fue con otro hombre, y a partir de ese momento no hace más que ir de fiesta en fiesta y emborrachándose hasta el alma, de mujeres en mujeres, hasta un apodo le pusimos “cosita alegre”, y él no hace más que reírse y decir que está bien, pero todos sabemos que está más mal que al principio del despecho.
Cuando era niña conocí a un hombre que pasó cuatro años de su vida llorando en una mesa y escuchando música melancólica. Llegaba del trabajo y después del baño se recostaba en la mesa a llorar y llorar.
Pero Anita fue todo lo contrario, se rizó el cabello, se hizo cirugías en las tetas y se maquilló hasta los pies. Por allí se le ve tan bonita como antes y se atrevió a estudiar. Y siempre dice “echar para adelante, aunque sientas que te está muriendo por dentro”.
Paula comenzó hablar mal del esposo después de haber convivido con él más de quince años, habla tan mal del hombre que a veces la dejamos hablando sola, y lo peor que por cualquier cosa siempre termina hablando de él. Ella dice que no está enamorada de él, pero se le ve en los ojitos y hasta en la forma de caminar que sigue enamorada y que ese despecho no se ha curado a pesar de los años.
Generalmente en los periódicos sale el típico hombre que acaba con la vida de su esposa o viceversa, prefieren verlos muertos que con otra pareja. También está el que acaba con su vida propia porque no ve la vida fuera de esa persona y el sufrimiento es tan grande que deciden terminar con su vida. A veces matan a la pareja para después acabar con su vida.
Están los que disimulan haber superado tal despecho, están callados sin mencionar palabras, pero se le ve en sus ojeras haber llorado a escondidas por muchas horas.
Hay quienes la separación no le afectan ni un poquito, y no les hace falta la costumbre de haber convivido con esa persona. Más bien dicen me liberé, soy una persona libre “¡de lo que me estaba perdiendo, y viviendo de esa manera sin ninguna necesidad!”
Por último se encuentran los que sufren el despecho por unos días, pero enseguida se levantan, sin ningún remordimiento de conciencia se consiguen otra pareja. Y si mil veces se separa mil veces se vuelven a casar y nada a pasado, así es la vida.

Escribe Hogareña

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