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lunes, 28 de julio de 2014

MI MORROCOICITO

Tan linda mi mascota. Me la regaló mi madre después de haber roto el cascarón. Su caparazón era tan blandito que apenas podíamos tocarlo. Se comió una hoja de lechuga y un pedacito de mango. Fue creciendo y creciendo, para mí era más fácil tenerla por el patio que se prestaba en aquel momento, pues eran cuatro hermanitos. Uno se lo regalé a un sobrino, el segundo se lo comió un ratón, el tercero se perdió y el cuarto está allí afuera haciendo de las suyas. Está muy grande, a pesar de que mamá dice que tardan mucho en crecer, para mí está grandísimo. Pasa por la cocina lentamente, con sus ojitos espabilados con ganas de llegar al huerto y comerse los tomates, apenas me mira y esconde la cabeza tímidamente, pero después que lo tomo entre mis manos saca sus paticas y nada en el aire. Me hace reír en mi momento de soledad y su valentía ante colita negra y tigrita (las gatas) y mancha (la perrita).
A veces pasan días sin verla y es que le gusta esconderse bajo los muebles y es el atractivo de mis hijos al sacarla. Así tranquila como es, tenemos precaución en su mortal boca “no vaya ser que nos quite un pedazo) después que muerde no suelta.
Se parece a mi esposo, parece que no rompe un plato y la verdad es que rompe la vajilla completa, camina muy despacio que a veces me da lástima, pero la verdad es que se come al mundo entero, confunde a muchos. Pero así como se parece a mi esposo también la cuido de él porque cuando la ve dice “¡qué bueno sería comer un pastel de morrocoy!, entonces me acuerdo la mala suerte que tuvieron los doces morrocoy en la semana santa del año pasado.

Escribe Hogareña

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