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viernes, 15 de noviembre de 2013

EN TUS OJOS GRISES


Salí por el corredor brincando en el ritmo de la música infantil que salía de mis labios, para no pisar los dibujitos rectángulados de las lozas como de costumbre y así llegar a la casita de muñeca. Se batían sobre mis hombros las dos clinejas que con esmero mi madre se afana cada mañana antes de dedicarle largos ratos a los cuidados de las matas. Me senté en la arena  con el mismo entusiasmo de Marieta, siempre con su vestidito blanco de puntitos rojos, y faralao en los borde, de ondulada pelambre amarilla con un tremendo lazo rosado por cada lado, es cuando me recuerda que alguna vez envidié tener una muñeca negra de trapo que la abuela le hacía María y que por aprensión a mi desprecio porque según ella mi padre me obsequiaba muchas hermosas muñequitas rubias, jamás quiso hacerme una y yo por dentro me moría de ganas de tenerla entre mis brazos, con las mismas clinejas que luzco, con tanta elegancia a los que llegan a casa, peor aún,  nunca pude decirle que deseaba esas muñeca más que nadie, más que María que jamás supo apreciar sus regalos y rápidamente las olvidabas. Después de coser el último punto, orgullosa, ansiosa,  cariñosamente la abuela se las entregaba cansada por tan trabajo minucioso, enseguida María las dejaba en un rincón, bajo las cajas corroídas por las cucarachas, era cuando yo las sacaba para jugar a escondida de la mirada de mi prima y de la mismísima abuela, le trincaba las trencitas a tan bellas muñequitas, con lazos y tiras de retazos de telas que le sobraban de los recortes de costura, bajo el sillón de la abuela.


viernes, 1 de noviembre de 2013

MÁS O MENOS BIEN

Mientras sacudo el polvo de los adornos de la repisa con el pañito húmedo casi negruzco, me disipo en la soledad que me atosiga en cada muñequito que cambio de lugar, pienso en cualquier hombre que camina por la avenida principal y se pierde en el gentío cuando llega a la redoma y cruza a la derecha, en la mujer engalanada con aquellos zapatos de tacones puntiagudos estimulada por el coqueteo cuando siente que la observan con admiración, en el niño que llora en brazos de su madre esperando el cariño, en las cientos de mariposas que revolotean en las flores silvestres en medio de algún sendero del campo, en la magia de las estrellas con su singular luminosidad titilante cuando cae el anochecer, en la brisa que golpea en los ramales que cuelgan en cualquier riachuelo y todo aquello que se me viene a la mente sin poder detener todo ese misterio de la vida, y es exactamente allí cuando mi corazón comienza a latir más y más fuerte, las ideas llegan unas tras otras y la locura se apodera de mí. Sin mediar agarro un lápiz, más atrás varias hojas sueltas y mi mano ansiosa vuela en la imaginación acompañada de la fuerza exorbitante de la cascada del Niágara, de algún rincón curioso de la comunidad Luba de África, de la genialidad intelectual y días de  trabajo arduo para mantener en pie la torre Eiffel en Europa, en las bondades de las cordilleras del Himalaya en Asia, en las ciudades abandonadas en Jerusalén, en el bravío río Orinoco en mi propia ciudad, y jamás termino de pensar, pensar, pensar y escribir, escribir hasta sentirme a gusto.


 
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