Me disculpan mis lectores por el cambio de
horario. Ahora será una hora más tarde mis publicaciones. Y se debe a la
siguiente rutina:
Me levanto a las cuatro y cuarenta y cinco, y
después de dar vueltas entre el baño y el dormitorio salgo a la cocina a las
cinco y quince. Pongo hacer el desayuno y mientras está las arepas, levanto a
los niños y los preparo para la escuela. Les ayudo con sus útiles y para que
apresuren a desayunar. Lo cierto es que si se llevan el desayuno no comen hasta
las tres de la tarde, que es cuando los voy a buscar.
Ya a las seis y cuarenta cinco, he fregado los
utensilios de la cocina y estoy lista para llevar a los niños a la escuela.
Ya en la escuela, los llevo al salón a cada
uno, y las maestras que cada día inventan algo nuevo, tengo que escuchar sus
exigencias.
Regreso a la casa a las siete y media. Para
luego encender el computador, mientras mi esposo habla que habla. Después que
se va, es cuando puedo relajarme para escribir.
Los inconvenientes son: la visita de la
familia de mi esposo a la casa mensualmente, cuando avisan que se va el agua
tengo que llenar los envases habido y por haber, que si están vendiendo
cualquier cosa, que si la vecina se para preguntarte algo, que si mancha “la
perrita” quiere hacer sus necesidades, que si barrer el frente para que el sol
no queme tanto la piel. Y por allí se va los segundos, minutos y horas.
Por ejemplo: ayer me detuve al frente de la
ferretería otra vez, para hacer cola. Quizás podrían vender cemento. Pues no
vendieron. Así que fue una hora consumida sin hacer lo que más me gusta hacer.
Escribir.
Escribe Hogareña
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