Ads 468x60px

Last Video

martes, 24 de junio de 2014

ÁNGEL

Cuando queríamos un mango de la punta de la mata, llamábamos a Ángel, y en santiamén saltaba de una rama a otra y nos bajaba el mango. Muchas veces se cayó de las ramas pero siempre se levantaba con una tremenda sonrisa y volvía a subir. Jugábamos a la “pelotica de goma”, a la “gallinita ciega”, al “fusilao”, al “tocaito”, al “palito mantiquellero”, al “escondite” y muchos juegos que en este momento no recuerdo. Lo cierto es que Ángel terminaba por caerse por donde quiera e incluso, si iba caminando tranquilo, lo raro era que nunca le vimos ni siquiera un rasguño. Pues lo bautizamos como el “gelatina” y decíamos:
-          Epale gelatina que vamos a jugar hoy.
Y él con una sonrisa menuda contestaba:
-          Lo que ustedes quiera…
Siempre lo imaginé como una gelatina de fresa. Y cuando lo llamaba gelatina de fresa, él me decía “no soy de fresa, soy de piña”, pero como las gelatina de piña nunca me gustó preferí imaginármelo siempre de fresa en silencio.
Claro éramos cuatro niñas, y mi hermano y él no nos podían ganar jamás. Siempre veíamos a Ángel brincar de un lado a otro. A veces nos traía un coco de su casa, varias guayabas, hasta limones, lo que él pudiera traer. A medida que fuimos creciendo se enamoró de mi hermana, creo que a mi hermana también le gustaba pero nunca dijeron nada, quizás sea porque crecimos juntos o porque quién se enamoraría de “gelatina”.
Nos distanció los estudios o más bien la adolescencia y con ello los deseos y sueños diferentes. Nosotros estudiando y gelatina dejó los estudios. Nuestros amigos eran de la universidad y de gelatina los de la calle.
Él se enamoró de una muchacha a quien le decíamos cabeza de chocolate, sobrenombre que él mismo le puso, era por los enredos de su cabello y su color marrón. Y nosotras nos atrevíamos un día en decirle:
-          Cónchale Ángel, (claro porque como éramos adultos, nos comenzamos a llamar por nuestros nombres), Cónchale Ángel porque te casaste con cabeza de chocolate y él decía:
-          Porque sí, me enamoré  y deja la vaina vale…
Su trabajo era de albañil, herrero, carpintero y lo que saliera. Muchas veces trabajó en pequeñas contratas de las empresas básicas, pero no lograba quedar fijo. En muchas ocasiones cuidó las espaldas de mis hermanas de gente que quería robarla cuando regresaban del trabajo. Quizás sea porque se la pasaba en la calle, brincando de aquí para allá y nunca le pasaba ni siquiera un rasguño.
De ojos café claro, caucásico, de sonrisa cálida y fácil de conversar. Siempre alzando la mano para saludarte y sobretodo en la esquina del portón de su casa esperando un no sé qué. Una esposa y sus hijos. Esperando un trabajo. Celebraba con sus amigos, lo balearon muchas veces y por más que corrió duro, ésta vez no se salvó. Muchos tiros, por todos lados, así terminó Ángel el domingo en la noche.
Su madre llora y su padre se resiste al llanto, sus hermanas desconsoladas y su esposa destrozada mientras sus hijos, no pueden creer lo que sucedió. Tenía treinta y cuatro años de edad.
Estoy tan triste, otra persona muy cercana a mí muerta inesperadamente. A la vez tengo mucha ira porque son muertes que podrían ser evitada si el manejo del sistema del país evocara a las necesidades del pueblo (tantos planes de seguridad y la inseguridad va de mal en peor). Nos estamos matando unos a los otros. Tantos jóvenes caídos como si estuviéramos en guerra.  Sólo un fin de semana en el estado Bolívar hay más de catorce muertes por armas y no haya justicia.

Escribe Hogareña

0 comentarios:

Publicar un comentario

 
Blogger Templates