Ojitos color café, que se fueron poniendo negros a medida que fuiste
creciendo, como las flores del campo al llegar el atardecer o cuando las aguas
mansas se revuelven en el aguacero.
Llegas a mí triste, sin ganas de hablar y yo solo me quedo mirando tus
ojos oscuros recordando cuando te vi por primera vez. Tan dulce como la miel
que parece gotas de algodón puesta en el inmenso cielo azulado.
Estas allí con la extrañeza de siempre, preguntándote el porqué te miro
y yo no dejo de recordar la primera vez que te tomé en mi brazo, mi hijito
querido, y te abrazo con intensidad en el consuelo de secar tus lágrimas.
Escribe Hogareña
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