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SECRETOS DE AÑOS
Isaac
sale de la habitación del frente enredándose con el pintoresco cortinero recién
puesto, el consentido de la casa con sus pasitos tambaleantes trata de
equilibrarse en el chupo desesperado del dedito pulgar arrugado, reflejado en
el estímulo del apego de la manta atravesada y que rueda por el suelo en su ingenuidad
juvenil, se detiene por los ojos de huevos fritos del recién llegado, sus
cachetitos se ponen rojitos en el acaecido encuentro cara a cara, confundiendo
lo inesperado en la turbulencia de un sentimiento espontáneo que se desborda en
la paradoja de la sinceridad, el niño soltó un grito a todo pulmón, las que allí
se encontraban salimos corriendo para colmarlo de apapachos, y como dejamos de
prestarles atención a los novios, se quedan lelos mirándose descaradamente
haciéndome sentir miserable. Ella feliz entrelaza sus delicados dedos con los dedos
de jirafas, cuando él le guiña un ojo y vuelve a reír a carcajadas derramando
felicidad por doquier hasta salir libre por los ventanales del corredor contagiando
los ramajes de los árboles que se iluminan en el verdor de sus hojas, los
pájaros cantan más que nunca alegremente y las mariposas revolotean en la pocas
flores que aún se reservan agraciadas. Omar espabilado al acontecimiento
enciende un cigarrillo en medio de la calle mientras le cambia el aceite al
pedazo de carcacha, y en su ironía le dice a Efrén:
De
la nada apareció Josefina zarandeada con un gran estuche terciado y como de
costumbre acompañada de la gordita, dándosela de importante porque es ella
quien tiene la cocina empotrada más grande que mamá, con las mejores maderas de
pardillo traída del Palmar y los mejores granitos del Tigre, la que ha viajado en
reiteradas ocasiones a las playas de chichiribichi, la que tiene mejores carteras
importada de Italia y todo aquello que si mamá tiene, ella lo tiene mejor. Como
es su hábito tratar de relucir en cualquier detalle delante nuestros invitados
y esta vez no era la excepción, se
ensañó en la niña que explotaba de comer pollo frito, a dar una pequeña muestra
de sus genuinas habilidades de músico, la barrigoncita casi clamaba por las
vanidades de su madre, se quejaba en el sollozo de terminarse de comer la crujiente
presa y el espectáculo del berrinche para
alzarse en su indisposición. Por fin, de mucha insistencia la muchachita
muerta de rabia abrió la carpeta, sacó varias hojas rayadas con trazados de
dibujitos negros, y después de haber intercambiando ideas con la desesperada mamá
ansiosa que la hija no cometiera ningún error se finiquitaron por una partitura
como lo llamaron. La niña obligada abrió la caja y sacó el instrumento, la doña
alzó la hoja, la frente en alto, respira profundo, los cachetes se inflan,
toca, agarra aire y vuelves a salir la música mientras los regordetes deditos
se deslizan de un lado a otro por el lustroso tubo y se hizo escuchar el alma
llanera, ni más ni menos. La mamá ríe orgullosa meciéndose en la pausa del
fragmento de la melodía, y nosotros atentos esperábamos el estallar del botón
de la corta faldita apretada, menos la abuela que se rascaba las piernas en la
armonía del sonido hundida en el llamado del pasado y mi hermanita amorosa se
volteó en un santiamén chocando con los dientes de hipopótamo y echando ojitos
se dieron un beso irresistible de caracol.
En
la determinación de considerar cualquier excusa para abandonar la sala, mientras
la discusión se acaloraba por el pasado, seguía estudiando las raras recetas de
las revistas dominguera, como las de atún con gelatina, las tortas de ñame, el
bálsamo de cascara de limón y el pavo relleno con crema de leche, los segundos
me parecían eternos y mi hermana nada que regresaba, mi corazón comenzó a latir
fuerte y la paciencia se convirtió en indignación. Nene reventado de estar
callado, aprovechó la llegada de Omar para invitarlos a una jugada de truco y
mamá alegre cuando la nariz de hoja de latas
se levantó del sillón. Por fin llegó Carmencita con el cabello bien
estirado y un moño apretado, adornados en la extravagancia de plumas blancas, se
cambió los zapatos por tacones bajos y una tremenda sonrisa dichosa de oreja a
oreja, desde los quince años no la había visto tan feliz como hoy, protegida en
los brazos de papá la giraba, giraba y giraba en aquel solón abarrotado de
gente maravillados en la complacencia de la placidez transparente de la niña
convertida en jovencita. Se acabaron los lloriqueos por la necesidad de ser amada
por lo menos una vez, algunas arrugas se plisó en la claridad del placer, las
pecas se escondieron debajo de la perfecta simpatía y las canas se esfumó junto
al desasosiego de las angustias.
El
puñado de maíz en la esquina de la mesa con cinco chapas dobladas en forma de
pepitonas, son los puntajes para ganar el juego, Omar y Efrén con siete granos,
nene y el flacucho con once, le tocaba barajear al brazo de grillo y como
piraña agitó las cartas con las uñas de morrocoy, contrayendo los músculos
inconscientemente y así provocar la rapidez necesaria para mezclar las cartas,
luego, las dividió entre los jugadores vigilantes de las movidas, estimulando
un extraño revoltijo insólito en la pierna izquierda, tal acaecimiento despierta
mi curiosidad estimulando mis malos pensamientos, en la paradoja de
encontrarnos entorno a un extraterrestre que apetece llevarse a mi hermana para experimento galáctico, así que en la
controversia asustadísima necesitaba descubrir el enigma, en ese mismo momento me
propuse hacer una exhaustiva investigación.
Ella
se cansó de estar paralizada como estatua esperando terminar el juego, sin
poder disfrutar lo que resta del día al lado del extraterrestre y ajena de
compartir el cariño al lado de su amor sin más nada se levantó apacible
susurrándole algo en la oreja de elefante retorcida, quien de inmediato
abandonó el juego y la curiosidad me consumió
por dentro aún más, en el atroz interés
por proteger a quien se ama, me les acerque en la discreción que me caracteriza
para preguntarle lo dicho y ella me miró con rabia alejándose con las piernas
de lagartijas derretidas, pero como no me quería dar por vencida los seguí
hasta el jardín, allí los vi contemplar el cielo como dos palomitas blancas
posadas en el campanario de la iglesia, se acariciaban las mejillas en la
calidez cautivadora del atardecer, sus cuerpos acoplados a la suave brisa del
horizonte y recordé que la vida transcurre en una milésima de segundo, la
alegría, la tristeza, hasta la mismísima vida se desvanece y quién soy yo para
estropear este encuentro con la orbe.
Mamá
regresó con una jarra de limonada y el raspicuí
amablemente se ofreció en servir el refresco, grandes gotas azules le
corrían por la frente como cochino en charco y mi hermana tan bondadosa sacó el
pañuelo blanquísimo que tiene su nombre bordado del bolsillo y se las secó, después
de haberse babeados otra vez, sin tener compasión de mi presencia que me
hallaba en la mesa fastidiada hojeando el cuaderno, volvieron a sentarse y en
mi insistencia todavía quería saber el
secreto, así que me atreví acercármeles en el contraste de la empatía moderada
para aprovechar el descuido, pero me
indujo vomitar cuando el larga rabo sacó la lengua y tomó la limonada como una
rana al cazar su presa, sin desmayar tomé mucho valor y seguí adelante y en voz
baja dije “que le dijiste a tu novio allá afuera” y ella me miró otra vez aterrada
sin decir una palabra, y como me sentí pequeñita me quedé callada, por más que
traté de levantarme no pude alejarme, era como si estuviera pegada del mueble, me
quedé allí estática como lámpara, como el sol, como una vela encendida en la
oscuridad latente, lanzada al vacío sin fin, los veía melosos en el cariño.
Con
el brazo casi tumbado por el peso de Isaac, serenamente lo llevé a la cuna
dormitado, dejándolo con los sumos cuidados de los angelitos, mi hermana seguía
en frenesí sin poder respirar profundo, atareada de aquí para allá en el
intento de suplir un comportamiento aceptable para que todo le saliera de
acuerdo a lo planificado, inclusive por un momento me dio lástima y traté en
ayudarla pero su perfeccionismo me hastió, no paraba de caminar nerviosa y
ansiosa por hacer sentir como un rey al pecho de pajarito, le pasaba la mano
por el hombro chueco forrando el piso de gruesas cigarras mansas esperando
quizás un poco de cortejo, hasta las paredes parecían conversarla en su
blancura de la fantasía ideal que se tomara un descanso. Sin darnos cuenta la
noche nació en su caparazón de cuerpos celestes y admirables figuras
aterciopeladas orgullosas de su luz resplandeciente, y la música comenzó a
escucharse de la casa del vecino, a la misma hora de todos los días al regresar
del trabajo, resguardado en la armonía de la cotidianidad alegres sentados en
la acera complacidos del vertiginoso compás de la existencia, conversan hasta
hundirse en el cansancio, y el cuerpo de tití comenzó a soplar frunciendo las
cejas de mono sobre el rostro de
porcelana de mi hermana, y yo molesta comencé a decirle:
Luego,
él tembloroso le agarró el dedo anular y le colocó lentamente el anillo más peculiar
jamás haya visto, con el rústico brillante bien tallado sacado de Guaniamo y
oro puro escogido meticulosamente del
Callao y después de un beso en la mano, se concretó lo que más temía, más allá
de las extravagancias, de las contrariedades, de las diferentes opiniones, de
los calificativos divulgados entre la familia y todos aquellos apodos bien
merecidos que reposan acomodaditos en la estantería, comprendimos que se
casarían y por fin cuerpo de tijera formaría parte de la familia. Mi madre asombrada
soltó el niño y atiborró de lágrimas a los novios mientras los agasajaba de
besos, la abuela abrumada con poca atención de lo que ocurre delante de ella seguía
jorungándose la nariz, Isaac comenzó a chillar y mi corazón latía fuerte
intrigada por saber el secreto.
Como
bohemia soñadora emocionada prontamente desdoblé la servilleta y en palabras
bien trazadas había escrito “nunca sabrá mi secreto”, mi corazón se
empequeñeció como un granito de arena y por más que traté de pasar el nudo en
la garganta perdí la calma y la sensación de la indolencia se entrelazó con la
indignación del escollo de la furia, las emociones encontradas recorrían por
mis venas como llama ardiente, entonces me levanté furiosa con ganas de
arrancarles los cabellos y decirle de una vez por toda lo miserable que sería
al lado del negrito fufú, así que respiré profundo y corrí, la sangre chorreaba
de la pequeña herida en la cabeza, pero me contuve cuando el pecho de pingüino
se despedía de mamá que seguía con Isaac
entre brazos, y la tristeza de mi hermana se le notaba en esos ojitos
lagrimosos envolviéndose en la desolación espeluznante de un vertiginoso
encuentro, eran dos almas que no merecían estar separadas y el rodilla de
luciérnaga andariego flotó ligeramente bajo las estrellas hasta perderse de
vista, mi hermana apretaba mi mano para no llorar y yo le sobaba la espalda,
luego, en la docilidad de la empatía se quitó el broche en la tranquilidad de
la aridez del viento y dijo “es el broche… es el broche quien tiene la
respuesta, ahora es tuyo, tú también mereces ser feliz”.
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