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HASTA LOS MÁS HUMILDES TENÍAN TRABAJO
Una vez me contó que cuando era joven andaba en bicicleta para visitar a
su novia, mi madre, pues un hombre caucásico se le acercó y le preguntó si
quería trabajar. Era que mi padre tenía puesto su futuro en los cafetales,
sembrar verduras como la yuca y el ñame que se daba muy bien en aquellas
tierras tropicales y montañosas, sus deseos de vender maíz en el mercado
mayorista lo llevaba soñar en una granja de gallina. Pero aquel día tan raro,
en que se cayó de la bicicleta raspándose las rodillas le ofrecieron ir a la
ciudad, propuesta en la que le consultó al abuelo y éste imaginando una
oportunidad que no podía desperdiciar, porque de verdad que mi padre lo más que
estudió fue hasta tercer grado, se aventuró a la ciudad muy bien planificada a
“Puerto Ordaz”, él viviendo al frente de donde pasaba el tren y en donde me
crié. Allí en esa empresa le enseñaron a soldar, cada uno de acuerdo a su
vocación, porque cientos de camiones de hombres sacados de los campos e
instruidos por estos hombres construyendo muchos puentes, barcos, edificios,
galpones, carreteras, casas tan hermosas que hicieron de ciudad Guayana la urbe
del país y en alguna ocasión de Latinoamérica.
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