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lunes, 15 de diciembre de 2014

EN CUATROCIENTAS PALABRAS EN CINCO DÍAS I

MIS NIÑOS
Los niños no paran de jugar como las mariposas de volar. De vez en cuando se posan en el néctar de la flor y de vez en cuando vuelven a volar complacidas. Y los niños no paran de jugar como las flores silvestres se alegran en el atardecer cuando la brisa fresca le pega a sus pétalos. Son flores amarillas, moradas, rosadas y blancas, todas salvajes como las mismas mariposas, es por eso que tienen esos colores tan radiantes.
Los niños no paran de jugar allá en el campo, y yo con miedo, que una espina le pinche la piel, pero ellos felices corren de un lado a otro sin darse cuenta de las espinas, tremendas espinas, grandes y gruesas, todas verdes y yo sigo preocupada que los pinches y no escuchan mis advertencias. Los niños no paran de jugar en el monte y no escuchan mis consejos, quizás sea mejor que se pinchen para que aprendan lo mismo que yo aprendí a su edad.
Los niños no paran de jugar en el matorral y ya las mariposas no están y las flores se escondieron, pero ellos siguen corriendo y mi madre vuelve a decir “déjalos quietos” y yo nerviosa casi me como las uñas. Los niños no paran de jugar y las caritas caretas es imposible de hacerme reír y recordar que una vez fui igual, tan feliz e inocente en la vida. Me alegro que ellos también sean felices, tan felices como las nubes, los árboles y el sol.
Los niños no paran de jugar y salgo corriendo porque uno se pinchó, llora que llora, y Manuel se ríe porque sabía que se iba a puyar y yo curándole el dedo. No es una herida profunda por lo que le tomo entre brazos y le doy mi cariño. Él aún balbucea que balbucea y yo sigo abrazándolo, hasta que vuelve a salir corriendo para el montarascal.
Los niños no paran de jugar y estoy más tranquila, ellos son felices y yo también. Soy una niña otra vez, no tan pequeña como ellos y mucho menos tan inocente pero se me olvidó que el mundo existe. El monte los arropó y a mí también, cada parte de mi cuerpo está pinchado y nos paramos de jugar. Aunque el atardecer nos sorprendió, las mariposas no están y las flores se durmieron nosotros seguimos jugando y jugando como niños.

 Escribe Hogareña

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