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miércoles, 17 de diciembre de 2014

EN CUATROCIENTAS PALABRAS EN CINCO DÍAS II

EN LA PLAZA BOLÍVAR
Salió muy temprano a la plaza, solo por el simple hecho de mirar a las palomas picotear las migajas que se encuentran en el piso rustico, por los alrededores del torso del Libertador. No solamente es sentarse a observarlas volar, juguetear o cantar, sino también a la gente, a las mismas caras de todos los día, algunos lo saludan, pero otros murmuran de su destiempo, y peor aún, que es bueno en descubrir los secretos que nadie lleva su casa, son aquellos secretos que se quedan el aire y aceras. Siempre atento que si tiene o no tiene algo diferente.
A su lado dos o tres amigos más, pasan la mañana y algunas veces el día, en silencio, solamente con la compañía porque solamente las miradas lo dicen todo. En ocasión recuerdan el pasado con mucho entusiasmo y alegría cuentan las aventuras vividas, y la verdad es que todos los días cuentan lo mismo, con el mismo entusiasmo y alegría.
La semana pasada, no llegó un compañero, y es que está enfermo, muy enfermo, los años le pasan la cuenta pero los amigos lo recuerdan con el mismo silencio, solamente preguntan por él al llegar. El banco está vacío, esperándolo, ruegan que llegue.
Un turista le pide que le tome una foto frente al Libertador, y sonriente, se compadece, agarra la cámara tembloroso y ¡flasss!, la foto está lista. Y no es solo un turista son dos, tres o cuatro pero le gusta y vuelve a sentarse en el mismo lugar, hasta que el sol calienta y le pega en el rostro, es cuando decide cambiar de puesto, al banco de al lado, junto a las palmeras y las flores moradas.
La señora que vende golosina lo saluda, el bolero, el frutero, el fotógrafo, el heladero y los niños que cruzan la plaza cuando salen de la escuela. El policía que resguarda la plaza, no deja de mirarlos, aún cuando los ve todos los días. Los conocen muy bien, cada mañana y cada hora, es por eso que al comprar frutas lo comparte con ellos.  
Más allá, la iglesia, las campanas suenan y es hora de regresa a casa, cansado como si viniera de la fábrica de zapatos. En la noche piensa en la plaza, en la gente, al rostro del amigo que está enfermo, en las palomas y en sí mismo sentado en el mismo banco de todos los días.
Escribe Hogareña


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