EN
LA PLAZA BOLÍVAR
Salió muy temprano a la
plaza, solo por el simple hecho de mirar a las palomas picotear las migajas que
se encuentran en el piso rustico, por los alrededores del torso del Libertador.
No solamente es sentarse a observarlas volar, juguetear o cantar, sino también
a la gente, a las mismas caras de todos los día, algunos lo saludan, pero otros
murmuran de su destiempo, y peor aún, que es bueno en descubrir los secretos
que nadie lleva su casa, son aquellos secretos que se quedan el aire y aceras.
Siempre atento que si tiene o no tiene algo diferente.
A su lado dos o tres
amigos más, pasan la mañana y algunas veces el día, en silencio, solamente con
la compañía porque solamente las miradas lo dicen todo. En ocasión recuerdan el
pasado con mucho entusiasmo y alegría cuentan las aventuras vividas, y la
verdad es que todos los días cuentan lo mismo, con el mismo entusiasmo y
alegría.
La semana pasada, no
llegó un compañero, y es que está enfermo, muy enfermo, los años le pasan la
cuenta pero los amigos lo recuerdan con el mismo silencio, solamente preguntan
por él al llegar. El banco está vacío, esperándolo, ruegan que llegue.
Un turista le pide que
le tome una foto frente al Libertador, y sonriente, se compadece, agarra la
cámara tembloroso y ¡flasss!, la foto está lista. Y no es solo un turista son
dos, tres o cuatro pero le gusta y vuelve a sentarse en el mismo lugar, hasta
que el sol calienta y le pega en el rostro, es cuando decide cambiar de puesto,
al banco de al lado, junto a las palmeras y las flores moradas.
La señora que vende
golosina lo saluda, el bolero, el frutero, el fotógrafo, el heladero y los
niños que cruzan la plaza cuando salen de la escuela. El policía que resguarda
la plaza, no deja de mirarlos, aún cuando los ve todos los días. Los conocen
muy bien, cada mañana y cada hora, es por eso que al comprar frutas lo comparte
con ellos.
Más allá, la iglesia,
las campanas suenan y es hora de regresa a casa, cansado como si viniera de la
fábrica de zapatos. En la noche piensa en la plaza, en la gente, al rostro del
amigo que está enfermo, en las palomas y en sí mismo sentado en el mismo banco
de todos los días.
Escribe
Hogareña
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