Rosmery me contagió con su sonrisa, me lleno de esa alegría que hizo que se me olvidara de todo lo que me rodea. A un mundo más justo lleno de árboles verdes y la frescura comenzó a mezclarse con el viento, hasta podía verlos bailar y girar y girar muchas veces.
Solté las ataduras en donde me tenían amarrada y miré la vida de otra forma, y se sintió bien, lo sentí bien, con un sabor a dulce y que se queda grabado en la mente y que no se puede olvidar por más que quiera. Y es que no quiero olvidar ese sabor que se deshace en la boca poco a poco mientras la lengua se deleita al deslizar esos pedacitos que te saben a frutas, a esa fruta o lo que quiera, a la que más te gusta.
Se fue Rosmery y aprendí que la vida es una sola, sí una sola, que no hay más, que tiene que vivirla lo más feliz posible, porque no tendrás o tendré otra oportunidad, el tiempo se va, y no se recupera, tampoco la vivida, ya vivida.
Y no es que Rosmery se haya ido para siempre, solamente se fue a su casa, ala vuelta de la esquina, espero verla mañana.
Y no es que Rosmery se haya ido para siempre, solamente se fue a su casa, ala vuelta de la esquina, espero verla mañana.
Escribe Hogareña
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