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viernes, 24 de abril de 2015

TAMBIÉN LLORÉ II

Dos lágrimas rodaron por las mejillas de Nancy, sólo dos, nada más, eso sí no dejaba de fumar y las manos de temblar. Era peor que llorar. Y María volvió a despertarse entre gritos e incredulidad de lo que le había ocurrido a su único hijo. “Una bala en la cabeza por ajuste de cuentas” decía sus amigos que también agregaban “que iban a vengar la muerte de su amigo”. Yo tampoco lo creía, a pesar de ver el cuerpo dormido en esa caja fría.

Por instante, al verlo fijamente al rostro esperaba que moviera las pestañas pero nada ocurría. Más bien era un vacío sin fondo, el silencio más atormentado y el dolor que se sentía en el estómago queriendo retroceder el tiempo.

Más allá se oía hablar a las mujeres decir las anécdotas vividas con el muchacho y más que eso era su sonrisa, las bromas, los juegos, los mandados y miles de consejos que le daban para que cambiara de vida. Yo nunca le di consejo solo lo miraba y le sonreía, su vida parecía nublada con una cortina de humos sin salida, solo le daba un abrazo y un cuídate por favor, aunque sabía que nunca lo haría.

Ya en el entierro sus amigos lo despidieron con disparos para el cielo que todos los presentes nos escondimos e inmediatamente desaparecimos del cementerio. Me despedí de María que ya no tenía voz y ni siquiera lloraba, caminos juntas hasta el carro, ella acompañada de su esposo que también lloró y mucho. El sol y la tierra misma nos pareció muy grande y los transeúntes indiferentes seguían su camino.

Todo había acabado, aunque para María comienza el dolor hasta que llegue el final de sus días. Desde entonces no he llorado más, a veces, oigo llorar a María detrás, en el patio, ella solita con el pañuelo de su hijo y solo me queda acompañarla en su soledad.
 Escribe Hogareña


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