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jueves, 23 de abril de 2015

TAMBIÉN LLORÉ I

Claro que María lloró y mucho, y tanto y tanto, que quise consolarla pero ni siquiera mis manos en su hombro y algunas palabras hacían que se callara. También lloré, no tanto como ella pero lloré. Y como no llorar al verla destrozada. Todos llorábamos sin cesar, también Nancy que nunca ha llorado por nadie ni siquiera por su papá, jamás le vi una lágrima y solo decía "que ha había sufrido por él cuando estaba vivo al verlo postrado en una cama, qué más calma que eso". 

El único que no lloraba era el sol cuando era de día ni la luna cuando era de noche, el viento seguía su dirección y las hojas seguían cayendo en la tranquilidad asolapada. Solamente el silencio en el salón cuando ya María dormitaba en el sillón o cuando Miguel salía a buscar velas, cigarrillo o algo de café.

La gente llegaba y en cada pésame el llanto volvía otra vez a los dolientes y era como si se enterara otra vez de la muerte de Merquiades. Yo no lo conocí mucho pero al ver a María llorando, también arranco a llorar, es por eso, que de vez en cuando salgo al patio y para salir tengo que pasar por el salón en dónde está el lecho del cuerpo solitario que en pocos minutos lo llevarán en un corte fúnebre entre rezos y más llanto hasta el cementerio viejo que ya no le entra un muerto más.


Escribe Hogareña


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