EL CIELO Y EL INFIERNO

Por alguna razón recordaba a una mujer de carácter fuerte, más bien rudo. No esperaba dos veces para decir las cosas sea como sea. Sin ni siquiera pensar el daño que podía causar. En ciertas ocasiones la envidié porque deseé tener esa fuerza para decirle unas cuantas verdades a quien fuera. Por la simple razón que siempre he soportados en silencio las ganas de gritar sin que me quede nada por dentro.

Y hoy, especialmente hoy la veo como un conejito asustada, derrotada, aquellas agallas que la caracterizó se esfumó en un santiamén. Ni una amiga a su alrededor para consolarla porque todas aquellas personas que se le acercó una vez, ella siempre salía imponente.

He aprendido que no tenía nada que envidiar por el simple hecho que a veces tenemos que callar, pensar recapacitar y luego hablar, sin tener que humillar y degradar a nadie.

Sentí lástima porque cuando yo estoy triste siempre tengo alguien que me consuele y ella a nadie, ni siquiera yo, no porque yo no quiera, sino porque la barrera que hay entre las dos es más grande que el orgullo o ser humilde. Cómo haría para acercarme si está escondida en creerse invencible. Las mujeres la veían y se reían, otras la ignoraban y ella conversaban su desdicha a una persona que no tiene nada que ver con ella, mientras yo solo imagino ponerme en sus zapatos y la desdicha que siente en este momento y solo me queda decir “el cielo y el infierno está aquí en la misma tierra”. Lo bueno y malo, la verdes y las maduras nos las comemos en la tierra, todo pasa, solo los buenos momentos y conservar las amistades nos ayuda a seguir adelante.

Escribe Hogareña