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lunes, 11 de agosto de 2014

MES ANIVERSARIO: POR LA IMPOTENCIA DE UN PAÍS DESTROZADO

Hace algunos meses le escribí a alguien que nunca me dio respuesta, y ya no me importa, se la pasaba hablando de mi país, de esto, de lo otro y miles de tonterías que me llené de indignación y mucho coraje. Pido disculpa ante manos si alguien se ofende pero no puedo callar más por lo que en éste momento estamos viviendo. Ratifico que no soy politiquera y mucho menos fanática, solamente lo vivo día tras día; dicho documento dice así:
EL DOLOR DE UNA MADRE
Mientras  se planea que hacer por el país, nosotras las madres venezolanas no las ingeniamos para sobrevivir para el siguiente día y mantener con vida nuestros hijos. Con mucho sacrificio, a veces, con indolencia nos apresuramos para hacer los quehaceres cotidianos para luego, hacer la nueva tarea en contra nuestra que nos fue impuesta por un grupo de gente que se creen dios, pues así como les digo, salimos corriendo de prisa para meternos en las colas bajo el sol o la lluvia para adquirir un producto alimenticio para nuestros hijos, y peor aún las ganas de gritar y hundirnos bajo tierra y con el corazón partido nos queda cuando nos dicen que se acabó el producto después de haber pasado horas y horas en la cola asustadísima y con la adrenalina a millón vigilante para que nadie se colee o que algún joven desorientado nos roben. Son largas horas que dejamos de dedicarle tiempo a nuestro hogar y nuestra familia, y dolor de saber que nuestros hijos también pasan la misma inclemencia haciendo cola porque no tenemos con quien dejarlos, y más deprimente cuando observan discutir por cualquier cosa, y más dolor me da cuando escuchan las tremendas groserías de algunos enfurecidos que pierden la paciencia y el mismo dolor que yo misma siento.
No estoy hablando por hablar lo vivo cada día de mi vida, cuando alguien me avisa que hay azúcar, harina de pan, mantequilla, carne, papel sanitario y otro producto en cualquier supermercado, comienzo a mentalizarme lo que se me viene encima y mientras me pongo los zapatos deportivos mis manos comienzan a sudar, mi corazón a latir fuerte y los nervios de puntas y con el nulo en la garganta me hace salir muchísimas lagrimas cuando veo los ojitos de mis hijos rogándome que los dejen en casa,  pero como no tengo con quien dejarlos los obligo a seguirme, es el dolor más grande que una madre puede hacer en esta situación tan difícil que ni el poquito de dinero que me da mi marido y que con tanto esfuerzo y trabajo duro para obtenerlo puede suplir tal necesidad. Y que también día a día rezo para que mantenga su trabajo.
Días tras día veo muchas madres lloran por sus hijos muertos y vuelvo a decir que no es mentira, en los periódicos locales se muestra la tristeza latente del dolor irreparable de muchas de ellas, en los canales nacionales se ven las constantes protestas de padres preguntándose el porqué su hijo, en la radio sin música de fondo muchos locutores lamentan tales perdidas de la juventud, y pero aún en mi propia comunidad la tristeza de las madres recorren las calles vestidas de negros y a veces ajena del dolor los compadezcos y lloro como si ese muchacho fuera mi hijo. En mi familia ya han muertos dos primos uno de diecisiete y otro de veintiocho años y mi tías todavía no se recura del dolor al igual que yo. Muchos jóvenes en “malos pasos”  hacen preguntarme cómo será los míos cuando crezcan, sí son buenos muchachos el hampa los acaba sin razón o sin son malos muchachos acabaran con los buenos muchachos, que destino les esperas y ojalá sea la vejez,  y es allí cuando me pongo de rodilla y le pido a Dios que tenga misericordia.  
Mientras los políticos y de los que se creen dueño del país nos pisotean, nosotras las madres no las ingeniamos para ver crecer nuestros hijos, pero la realidad es que no somos Dios para protegerlos de tanta injusticia que ni siquiera en nuestras propia casa la tenemos y se escapa de nuestras manos salvarlos y mueren día a día y sin explicación, dejándonos un vacío que nos llevamos hasta la muerte, lo veo en sus hijos, en sus lágrimas, en la rabia y el dolor.
Y así mismo lo siento ahora, es la impotencia y la cólera que está colmando mi alma al no poder darle un vaso de leche a mi pequeño hijo que no tiene la culpa de nada, la inocencia de su exigencia de su alimento me provoca salir a la calle y buscar un no sé qué, pero quien me escucharía, quien pudiera atender mis clamores, muchas veces pierdo la fe en Dios quien tampoco tiene la culpa de nada, quien pudiera hacer justicia, mis fuerzas de desvanece y el consuelo se desgasta poco a poco, solo el rayito de una luz me mantiene esperanzada quizás sea los rostros inocentes de mis hijitos, la objetividad de mi esposo, los consejos de mi madre o de muchos venezolanos y gente de otros países, que cada día luchan por su país y me doy cuenta que no estoy sola en esta lucha sin armas.
Escribe Hogareña


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