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martes, 5 de agosto de 2014

MES ANIVERSARIO: LA QUE MÁS ME GUSTÓ

SECRETOS DE AÑOS
Corticos pasos macilentos entra por la puerta principal aquel negrito de cinturón grueso para disimular la flacura, a mi hermana le brillan los ojos las veces que lo ve, se puso un nuevo elegante vestido color rosa que tanto se afanó vendiendo ganchetas para comprarlo aquel día cuando lo vimos en el centro comercial, la fragancia a flores salían de sus lóbulos al igual el  dulce aroma de sus manos empapadas de crema hidratante por la simple razón de mostrarse rozagante delante del pretendiente, y no podía faltar el broche que reluce en el pecho a través de su traje de seda en honor a la abuela que se haya sentadita en el porche.
El brillo del piso centellea de tanta pulitura repasada desde el amanecer, los muebles alineados despuntan la amplitud del buen gusto de los dueños, las pinceladas de los cuadros simétricos armoniza la gracia de los colores cromáticos de las palmeras en el ocaso, los cambios de las muñequitas de porcelanas de la mesa  al esquinero parecían bailar en la esencia de la conquista de un nuevo reinado, las velas aromáticas en la repisa disfrutan de la compañía acogedora de los antiguos candelabros que se infringen en la locura del olvido, los jueguitos de animalitos de cuarzo que le regaló Efrén a mamá el día de su cumpleaños a la mesa central desfilan orgullosos por los alrededores en el privilegio de los grandes espacios para divertirse y junto a ellos en el medio,  no podía faltar las rosas frescas recogidas en el jardín, dispersas en el jarrón animando con su simpatía al opaco techo que se presta a la ineludible belleza saltando por todos lados.
El negrito contento le dio un gran beso en la mejilla que la hizo volar entre las nubes, prosiguió con el caluroso abrazo para mamá y me extendió la mano honorable digno de un caballero rojo de caricaturas. Habían terminado horas enteras frente al espejo en las muchas palabrerías sin sentidos y falsas inquietudes de adelgazar un poco más, siempre ansiosa del pronto encuentro entrañable y momentos de desesperación de escucharla decir “me muero de nervios, ya está por llegar”, mientras guardaba reposo en mi comportamiento extasiado en el poemario rebelde de Víctor Valera Mora para distraerme en su empeño de tener en su boca al cristofué y casi siempre enmarañando mi nombre por de él.
En el entusiasmo el hombrecito se sienta con su trasero de chiripa en el mueble favorito que tanto recelo cuida mamá, soportando percibir el crujir acolchado en la suavidad del viento imperceptible del esponjoso sillón y enfurecida murmura descuidada “que hace este fresco en mi asiento”, y mi hermana la mira de reojos estirando de un apretón los labios hasta verse las venas del cuello, luego, vuelve al lado del fresco para preguntarle con carita inofensiva:
     − ¿Estás bien mi amor?
Él la mira satisfecho y contesta:
     −Sí amor, ahora estoy bien, a tu lado.
Isaac sale de la habitación del frente enredándose con el pintoresco cortinero recién puesto, el consentido de la casa con sus pasitos tambaleantes trata de equilibrarse en el chupo desesperado del dedito pulgar arrugado, reflejado en el estímulo del apego de la manta atravesada y que rueda por el suelo en su ingenuidad juvenil, se detiene por los ojos de huevos fritos del recién llegado, sus cachetitos se ponen rojitos en el acaecido encuentro cara a cara, confundiendo lo inesperado en la turbulencia de un sentimiento espontáneo que se desborda en la paradoja de la sinceridad, el niño soltó un grito a todo pulmón, las que allí se encontraban salimos corriendo para colmarlo de apapachos, y como dejamos de prestarles atención a los novios, se quedan lelos mirándose descaradamente haciéndome sentir miserable. Ella feliz entrelaza sus delicados dedos con los dedos de jirafas, cuando él le guiña un ojo y vuelve a reír a carcajadas derramando felicidad por doquier hasta salir libre por los ventanales del corredor contagiando los ramajes de los árboles que se iluminan en el verdor de sus hojas, los pájaros cantan más que nunca alegremente y las mariposas revolotean en la pocas flores que aún se reservan agraciadas. Omar espabilado al acontecimiento enciende un cigarrillo en medio de la calle mientras le cambia el aceite al pedazo de carcacha, y en su ironía le dice a Efrén:
     − ¡Estás escuchando, le llegó el cabeza de pelota a Carmencita!
Y éste mueve un cable roído y saca la cinta negra del pantalón engrasado, corta una tira y se lo coloca a los alambres.
     −Déjala tranquila, para ver si se termina la obstinación en esta casa.
     −Eso sí es verdad.
Efrén se pasa la mano por los finos bigotes y en creerse poeta exclamó:
     −“Muchos años desdeñada en la hostilidad de la soledad, se endureció el corazón en el desamor y largos años esperando en el ventanal al príncipe azul, ya tu vez Omar el amor te hace cambiar”.
Y recordé los días de ansiedades de  mi hermana encerrada en la casa sin querer saber nada del mundo porque le parecía un asco, tan desabrida como el peluquín desgastado de quinquin cuando se apareció en el funeral del viejo Joselito y si le cayó al querer consolar a la viuda ofreciéndose como acompañante, tan agria como las hierbas que me hizo beber mamá por consejo de la curandera del pueblo de la abuela para que dejara estar viajando por las estrellas, tan sobria como la desfachatez de las pantaletas de Elena guindadas en la cuerda frente a la calle, era como si la luna se cruzó con un meteorito el día que nació, por donde pasaba todos callaban, ni Omar el más valiente de todo se atrevía contrariar alguna palabra salida de su boca,  no por miedo, sino por cualquier cosa que fuera perturbar su ira envuelta en la amargura e interrumpir la amena conversación.    
De la nada apareció Josefina zarandeada con un gran estuche terciado y como de costumbre acompañada de la gordita, dándosela de importante porque es ella quien tiene la cocina empotrada más grande que mamá, con las mejores maderas de pardillo traída del Palmar y los mejores granitos del Tigre, la que ha viajado en reiteradas ocasiones a las playas de chichiribichi, la que tiene mejores carteras importada de Italia y todo aquello que si mamá tiene, ella lo tiene mejor. Como es su hábito tratar de relucir en cualquier detalle delante nuestros invitados y  esta vez no era la excepción, se ensañó en la niña que explotaba de comer pollo frito, a dar una pequeña muestra de sus genuinas habilidades de músico, la barrigoncita casi clamaba por las vanidades de su madre, se quejaba en el sollozo de terminarse de comer la crujiente presa y el espectáculo del berrinche para  alzarse en su indisposición. Por fin, de mucha insistencia la muchachita muerta de rabia abrió la carpeta, sacó varias hojas rayadas con trazados de dibujitos negros, y después de haber intercambiando ideas con la desesperada mamá ansiosa que la hija no cometiera ningún error se finiquitaron por una partitura como lo llamaron. La niña obligada abrió la caja y sacó el instrumento, la doña alzó la hoja, la frente en alto, respira profundo, los cachetes se inflan, toca, agarra aire y vuelves a salir la música mientras los regordetes deditos se deslizan de un lado a otro por el lustroso tubo y se hizo escuchar el alma llanera, ni más ni menos. La mamá ríe orgullosa meciéndose en la pausa del fragmento de la melodía, y nosotros atentos esperábamos el estallar del botón de la corta faldita apretada, menos la abuela que se rascaba las piernas en la armonía del sonido hundida en el llamado del pasado y mi hermanita amorosa se volteó en un santiamén chocando con los dientes de hipopótamo y echando ojitos se dieron un beso irresistible de caracol.
     − ¡Qué pasó mamá!
La mujer pasmada en el acto haló a la niña por el brazo llevándosela a rastra.
     −Nada hija, vamos a llegar tarde.
A partir de ese instante supimos que la faramallera dejaría de fastidiar a mamá. Y como las órdenes de papá fue no dejarlos solos, por esa cosa de que no somos una familia de abolengo pero sí una familia de respeto, de hacer lo que se debe hacer porque no es solo ser sino parecer, de no permitir el manoseo y darse su lugar, nos ajustamos para hacer cumplir la imposición del viejo. Traté de entretenerlos con mis cuentos de la universidad y todo aquello que pudiera inventar, pero sus conversaciones empalagosas hicieron sentirme la sobra del grupo, con un cartel grandote pegado en la frente que decía “vete de aquí chiquita”.
Después de un rato llegó nene en su paciencia por encima de la ropa, estrechó sus manos con la cara de mosquito y mi hermana para desfigurar el coqueteo descarado con el labio de caimán escamado, se levantó, y el silencio reinó en el salón esperando quizás que el negrito sandunguero siguiera el cuento de los continuos viajes a Barlovento pueblo que lo vio nacer, de la acogedora tierra engalanada de hermosas playas y el calor de la gente al empeñarse rendirle honor a sus creencias replicados con tambores y miles de cosas más que espero conocer algún día.
Nene se fue a la estantería y sacó un disco compacto, le dio al botón de encendido del equipo de sonido y automáticamente salió la bandeja, colocó el disco, empujó la bandeja hasta ajustarse, le dio un poco de volumen, salen algunos ruidos incómodos de las viejas bocinas y después el pegajoso ritmo preciado por él.
     − ¿Quién es ese tipo?, −dijo el flacucho.
     − ¡No saben quién es!,  es el rey de la salsa, el dios de los años ochenta, es, es, es el grande amigo, solo escucha….
     −Háblame de Felipe Pirela, Carlos Gardel, Julio Jaramillo, Nat King Cole, Armando Manzanero, Odilio González, Johnni Alvino…
     −Sí, sí, sí ya sé, puro boleristas esos carajos, pero tanto boleros arruina el son de la música…
     −Esa gente cómo tu dice, tienen las mejores letras románticas jamás escritas…
     −Pero nada como la sazón de los tributos a la realidad, el despecho, la agonía de un hombre pobre, la mujer que llora, el infortunio…
     −Yo creo que usted está…
     −Después que escuche esta canción cambiará de opinión, vamos amigo, solo escucha...
En la determinación de considerar cualquier excusa para abandonar la sala, mientras la discusión se acaloraba por el pasado, seguía estudiando las raras recetas de las revistas dominguera, como las de atún con gelatina, las tortas de ñame, el bálsamo de cascara de limón y el pavo relleno con crema de leche, los segundos me parecían eternos y mi hermana nada que regresaba, mi corazón comenzó a latir fuerte y la paciencia se convirtió en indignación. Nene reventado de estar callado, aprovechó la llegada de Omar para invitarlos a una jugada de truco y mamá alegre cuando la nariz de hoja de latas  se levantó del sillón. Por fin llegó Carmencita con el cabello bien estirado y un moño apretado, adornados en la extravagancia de plumas blancas, se cambió los zapatos por tacones bajos y una tremenda sonrisa dichosa de oreja a oreja, desde los quince años no la había visto tan feliz como hoy, protegida en los brazos de papá la giraba, giraba y giraba en aquel solón abarrotado de gente maravillados en la complacencia de la placidez transparente de la niña convertida en jovencita. Se acabaron los lloriqueos por la necesidad de ser amada por lo menos una vez, algunas arrugas se plisó en la claridad del placer, las pecas se escondieron debajo de la perfecta simpatía y las canas se esfumó junto al desasosiego de las angustias.
El puñado de maíz en la esquina de la mesa con cinco chapas dobladas en forma de pepitonas, son los puntajes para ganar el juego, Omar y Efrén con siete granos, nene y el flacucho con once, le tocaba barajear al brazo de grillo y como piraña agitó las cartas con las uñas de morrocoy, contrayendo los músculos inconscientemente y así provocar la rapidez necesaria para mezclar las cartas, luego, las dividió entre los jugadores vigilantes de las movidas, estimulando un extraño revoltijo insólito en la pierna izquierda, tal acaecimiento despierta mi curiosidad estimulando mis malos pensamientos, en la paradoja de encontrarnos entorno a un extraterrestre que apetece llevarse a mi hermana  para experimento galáctico, así que en la controversia asustadísima necesitaba descubrir el enigma, en ese mismo momento me propuse hacer una exhaustiva investigación.
Ella se cansó de estar paralizada como estatua esperando terminar el juego, sin poder disfrutar lo que resta del día al lado del extraterrestre y ajena de compartir el cariño al lado de su amor sin más nada se levantó apacible susurrándole algo en la oreja de elefante retorcida, quien de inmediato abandonó el juego y  la curiosidad me consumió por dentro aún más, en el atroz  interés por proteger a quien se ama, me les acerque en la discreción que me caracteriza para preguntarle lo dicho y ella me miró con rabia alejándose con las piernas de lagartijas derretidas, pero como no me quería dar por vencida los seguí hasta el jardín, allí los vi contemplar el cielo como dos palomitas blancas posadas en el campanario de la iglesia, se acariciaban las mejillas en la calidez cautivadora del atardecer, sus cuerpos acoplados a la suave brisa del horizonte y recordé que la vida transcurre en una milésima de segundo, la alegría, la tristeza, hasta la mismísima vida se desvanece y quién soy yo para estropear este encuentro con la orbe.
Omar y nene seguían jugando en el bullicio de las emociones del quien grita más fuerte,  y coquito se levantó debajo de la mecedora donde se encontraba la abuela, estiró sus patitas y caminó remisamente entre los pies de Carmencita y sin percatarse se orinó en los zapatos de cabello de tornillo y yo reía sin disimulo, mientras que el cachorrito me miraba fijamente moviendo su peluda cabecita de aquí para allá como si quisiera decirme “que te está pasando muchacha”. Seguía el movimiento en el costado de  pata de ratón del hombrecito, extendiéndose más allá del ruedo del pantalón kaki por lo que me confundí con los zapatos al revés de colores brillantes presuntamente hecho a la medida para el payaso de circo y descubrí que no era extraterrestre sino la cola de canguro que no paraba de estar quieto, por la incomodidad de la estridencia de estar apretado, a lo mejor no era una cola lo que rodaba por el suelo sino la traición de mi imaginación en buscarle cualquier defecto.
Mamá regresó con una jarra de limonada y el raspicuí  amablemente se ofreció en servir el refresco, grandes gotas azules le corrían por la frente como cochino en charco y mi hermana tan bondadosa sacó el pañuelo blanquísimo que tiene su nombre bordado del bolsillo y se las secó, después de haberse babeados otra vez, sin tener compasión de mi presencia que me hallaba en la mesa fastidiada hojeando el cuaderno, volvieron a sentarse y en mi insistencia todavía quería saber  el secreto, así que me atreví acercármeles en el contraste de la empatía moderada para aprovechar el descuido,  pero me indujo vomitar cuando el larga rabo sacó la lengua y tomó la limonada como una rana al cazar su presa, sin desmayar tomé mucho valor y seguí adelante y en voz baja dije “que le dijiste a tu novio allá afuera” y ella me miró otra vez aterrada sin decir una palabra, y como me sentí pequeñita me quedé callada, por más que traté de levantarme no pude alejarme, era como si estuviera pegada del mueble, me quedé allí estática como lámpara, como el sol, como una vela encendida en la oscuridad latente, lanzada al vacío sin fin, los veía melosos en el cariño.
Y como en todo encuentro de noviazgo mamá nos sorprendió con el álbum de fotos, se sentó en medio de ellos dos, lo abrió empalagosa, entre risitas, galanteos y palabras cursis entraron en confianza, seguían solapados en la vago disimulo de estar disfrutando las fotos pero los novios sabían al igual que yo que lo único ambicionado era estar solos en la confidencia del sentimiento abarrotado por el afecto, olvidando las trabas de la moralidad y buenos modales. Por coincidencia de la vida relució la foto de Carmencita pequeñita desnuda bañándose en una ponchera en el follaje de trinitarias del jardín y nerviosa comenzó a decir:
     − ¡Qué pasó mamá, me dijiste que la habías sacado!
     −Eso no tiene nada de malo hija, −contestó mamá apenada.
     −Pero mamá siempre dices lo mismo…
Sonrisa de pulga abrazó a mí hermana colmándola de monerías y tratando de hacerla sentir mejor agregó:
    −Eso no es nada mi amor ya verás las mías.  
Cualquier molestia, las convierten en ramilletes de orquídeas aderezando el mal sabor de la incomodidad de los presentes. Omar asiduamente se queda dormido en la mesa de juegos, sobre todo si se levanta temprano a trabajar de taxista en el mercado municipal, cabecea tanto que algún día se le va a salir rodando hasta el patio y para entonces coquito será un animalote dispuesto a jugar a la pelota y yo voy a estar allí para reírme hasta quedar sin aliento; sino fuera por tanto cabecear diría que está muerto porque los ojos le quedan abiertos, los labios se templan y sonriente muestra las líneas de expresión de su cuadrado rostro paralizado, eso me cohíbe pasar a su lado porque no sé cuando está despierto o dormido. De pronto llega Rosita exhibiendo las tetas a medio enseñar en aquella camisita de tiritos, se para en el umbral con esa sonrisa risueña y nos saluda en su voz blanda y vuelve su atención hacia la novia y dice:
     − ¿Carmencita se encuentra nene?
Y nene que se revienta en sacar esos problemas de física pegó un brinco pateando a Omar. Y éste asustadísimo le da un empujón:
     − ¿Está loco hermano, casi me mata?
     −Nada hermano…
Nene salió dando tras pies y casi comiendo tierra hasta chocar con Rosita.
     −Sí, aquí estoy Rosita, dime si necesita algo, para que soy bueno…
     −Mira nene usted me prometió ayudarme en resolver los problemas...
     −Lo que tú quieras Rosita, si me pides el cielo te lo bajo, las estrellas te lo bajo,  lo que sea…
Con los ojitos punzón en el pretexto ayudar a estudiar no le quita la mirada de aquellos pantaloncitos corticos diciendo “estoy loquito por ti” y mamá experta en leernos la mente replica:
     −Óigame nene lo que le voy a decir, cuidado con venir con cuentos chimbos con esa muchacha y ya sabe lo que le estoy hablando…
     −Sí mamaíta.
Ese es el problema de mamá cuando tiene que presenciar este apto tan intransigente del hijo, con las manos atadas en la impotencia regresa a la cocina despectivamente agazapada de malos pensamientos.  Pero cuando se trata de Carmencita es todo lo contrario, a pesar de las negativas con el cachete de batata lo quiere más que a papá.
La abuela airada en el misterio turbulento escondido en el alma, se levantó como pudo de la mecedora sosteniéndose del bastón carcomido que reposaba en la pared, dio varios pasos estrepitosos, se acomodó el cintillo en la blanca cabeza y dijo:
     − ¡Oye Margot y este de quién es hijo!
Mamá me dio a Isaac que baboseaba un pedazo de arepa y contestó:
     −Es el prometido de Carmencita.
     −Entonces no lo conozco Margot.
     −Sí mamá, el ha venido otras veces, acuérdese…
     − ¡Ah sí!, es por eso que el muchachito llora tanto.
La abuela se le queda mirando como si fuera detective, desde la punta del afro hasta el final del zapato y el flacucho nervioso expresó:
     − ¿Cómo está mi doñita?
Y la abuela sin responder al saludo agregó:
     −Mira carricita ven acá…
Y Carmencita más blanca que el papel pensando en cualquier atolondramiento se levanta enseguida.
     − ¡Te pusiste el broche de la buena suerte!
Siempre le recuerda que es de buena suerte tenerlo para poder conquistar al hombre quien se desea, con eso de que está perdiendo la memoria llama a cada rato a Carmen para contarle pasajes hermosos vividos juntos al abuelo y ella zalamera se la queda mirando alegremente sin importar las veces que haya oído la misma historia “mira muchachita tiene muchas flores brillantes y este baño de plata lo hace especial, es para ti” dice tristísima.
     −Sí abuela, aquí está.
     −Ya sabes, no te lo vayas a quitar, así nos comprometimos tu abuelo y yo, recuerdo aquellos tiempos cuando pasábamos largos rato en el parque, acostados en la grama mirando el cielo sin importar más nada en el mundo, sólo el cielo, él y yo agarraditos de manos…
 Luego, la abuela se saca los dientes postizos, los limpia con la orilla de la bata y mamá apenada repuso:
     −Ven mamá, ven mamá, vente por aquí, yo te llevo.
     −Sí mijita vámonos, estoy cansada.
Con el brazo casi tumbado por el peso de Isaac, serenamente lo llevé a la cuna dormitado, dejándolo con los sumos cuidados de los angelitos, mi hermana seguía en frenesí sin poder respirar profundo, atareada de aquí para allá en el intento de suplir un comportamiento aceptable para que todo le saliera de acuerdo a lo planificado, inclusive por un momento me dio lástima y traté en ayudarla pero su perfeccionismo me hastió, no paraba de caminar nerviosa y ansiosa por hacer sentir como un rey al pecho de pajarito, le pasaba la mano por el hombro chueco forrando el piso de gruesas cigarras mansas esperando quizás un poco de cortejo, hasta las paredes parecían conversarla en su blancura de la fantasía ideal que se tomara un descanso. Sin darnos cuenta la noche nació en su caparazón de cuerpos celestes y admirables figuras aterciopeladas orgullosas de su luz resplandeciente, y la música comenzó a escucharse de la casa del vecino, a la misma hora de todos los días al regresar del trabajo, resguardado en la armonía de la cotidianidad alegres sentados en la acera complacidos del vertiginoso compás de la existencia, conversan hasta hundirse en el cansancio, y el cuerpo de tití comenzó a soplar frunciendo las cejas  de mono sobre el rostro de porcelana de mi hermana, y yo molesta comencé a decirle:
     −Déjala tranquila, no estás viendo lo grotesco que te pones.
Él seguía como si muy poca cosa valiera mis reclamos, exhausto de regocijo y revestido dócilmente en la valentía distintiva de hombre  sensual, y es ahí cuando me provoca romperle el cuaderno en la cabeza. De alguna manera Efrén se queja de la respiración de burro que hace el cuñado sin mala intensión, y no es que respire mal sino que los celos de hermano protector lo estaba quemando por dentro poquito a poco, pero como los cambios de mal humor de Carmencita se había transformado era el consuelo de todos nosotros, así que tragó saliva, tomó los libros, se camuflajeó en la transparencia del agua de la pequeña fuente de la entrada para distraer la atención y se escurrió como la mismísima corriente bravía.
En seguida de haberse cansado de manosearle la cara, el lorito esperó que la familia nos reuniéramos en la cena para anunciar lo que nos llevó por sorpresa, sacó de la chaqueta hecha de hojas de plátano comprada en parís según en sus conversaciones chillonas con Omar que se moría de envidia estrujándose las manos, una cajita de cristal decorada con hojuelas doradas relucida por  lazos de gotitas y chispeantes pétalos de una rosa roja fresca, sus manos temblaban al igual que los labios y todo su cuerpo, se arrodilló con sus huesos de lagartijas sobre el pelero y con los ojos aguados exclamó:
     − ¡Te quieres casar conmigo!
     − ¿Cómo?
     −Te amo Carmencita, desde el primer día que te vi, desde entonces, he apostado por nuestro amor… ¡te quieres casar conmigo!
Y mi hermana con lágrimas en las mejillas y las manos puestas en la boca gritó, brincó y corrió como loca:
     −Sí, sí, sí, siiiiiii…
Luego, él tembloroso le agarró el dedo anular y le colocó lentamente el anillo más peculiar jamás haya visto, con el rústico brillante bien tallado sacado de Guaniamo y oro  puro escogido meticulosamente del Callao y después de un beso en la mano, se concretó lo que más temía, más allá de las extravagancias, de las contrariedades, de las diferentes opiniones, de los calificativos divulgados entre la familia y todos aquellos apodos bien merecidos que reposan acomodaditos en la estantería, comprendimos que se casarían y por fin cuerpo de tijera formaría parte de la familia. Mi madre asombrada soltó el niño y atiborró de lágrimas a los novios mientras los agasajaba de besos, la abuela abrumada con poca atención de lo que ocurre delante de ella seguía jorungándose la nariz, Isaac comenzó a chillar y mi corazón latía fuerte intrigada por saber el secreto.
 Entre abrazos y besos volvieron a sentarse consolados en la felicidad acaecida de un futuro prospero. A Carmen se le seca la boca inconscientemente en el espejismo de escuchar  el enriquecido vocabulario mezclados en las desconocidas palabras distinguidas tergiversada del buen coloquio del flacucho, entorpeciendo el lenguaje de las personas que nos encontramos al lado, es para ponerse  la piel de gallina en esa forma de expresarse tan paradójico y a veces trivial, que solo él se jacta.
Aunada a cualquier posibilidad, dibujé en páginas la figura del cortés honorable señor que robó el corazón de la bella dama amargada, convirtiéndola en la floreciente doncella del gran reino pleitecito con solo un tierno beso cuando creíamos que se quedaría soltera para toda la vida, ella en su castillo en la fiel torre cuidando a los viejos hasta ponerse como una pasita pasada de años al intemperie de frente a frente al sol temblante en pleno verano, acaecida en la sórdida dureza de un roble en el amazonas, con la única diferencia que esta mordida tristeza hinchada del cicatero tormento apabulla a todos quienes se encuentran a su lado, llega el hombrecito con miles de calificativos sacado de la  estantería porque la pura verdad es que se parece a todos lo que le hemos bautizado y como arte de magia con su belleza singular que ella únicamente admira con vehemencia,  es encantada de la misma forma cuando se baila pegadito en la oscuridad junto a la fría almohada. 
 Lo más rápido posible volví a sacarme el lápiz del cabello y  en la servilleta que desde hace tiempo guardaba en el centro del cuaderno sin ninguna razón, sin pensarlo dos veces escribí “los secretos siempre se descubren, ni la muerte sabe guardarlos”, solemnemente la mesa adornada de copas que solo se utilizan en ocasiones especiales y una botella de vino que mamá conservaba cuidadosamente en la vitrina desde hace años, simbolizó la importación de la ocasión. Después de la íntegra conversación sostenida con papá a puerta cerrada, la parejita se crispó de adrenalina regando su buena suerte por toda la casa por la buena noticia, los comentarios invertidos no cesaban en el aprecio de un amor prospero bien merecido, el orgullo se retorcía indigente por las calles repartiendo la locura de estar extasiado de felicidad y el capullo de la vanidad intrépida saludaba respingada en la ironía del placer de la lozanía, y Omar a mi lado me restregó:
     −Acaso no piensas felicitar a los novios…
Y yo para no darle una mala respuesta le contesté:
     −Ajá.
Y él:
     −Je, je, je…
No aguanté las bromas de mal gusto de Omar, sin querer llorar quería gritar, por cruel que pueda parecer la vida me fui al cuarto, abrí el closet, las gavetas, las carteras y todo aquello que fuera necesario para guardar esta incertidumbre que deja ajena una extraña sensación de creer que soy un penánbulo que se desgasta en la atrocidad de mi desdicha, y en el borde de la desesperación recordé lo feliz que es mi hermana al lado del flacucho, ya no había más lágrimas en mis mejillas y es evidente aceptar lo inevitable.  Me acorde de la servilleta y la resguardé entre mi mano, sonaron las copas y supe que era papá en su afán de reunir a la familia, me acerqué a la mesa tomé mi copa y las palabras se hizo escuchar en la voz del jefe de la familia:
     −Me siento muy orgulloso de mi hija, y es un honor tenerlo parte de la familia, y si mi hija es feliz yo también lo soy, bienvenido será a la familia cuando se casen, salud por la felicidad de los dos.
La abuela despistada permanecía sentada a mi lado estirándose la larga cabellera blanca con sus manitos y en la compostura de halagos, besos y  abrazos le entregué el recado a mi hermana  y él sobándose la barriga de lapa a escondida tapada en esa camisa de papel periódico hechos con finos hilos de araña me hizo sentir fuera del juego, y al girar en la mesa del medio caí de largo cuando tropecé con la espalda de mapache. Omar comenzó a reír sin parar, Isaac dejó de llorar, mamá gritaba, papá mandaba a callar a mamá, la iguana se dobló con la rapidez de un perezoso y me tomó entre sus brazos, sin querer lo agarré por las costillas de buche de zamuro y en su voz de gato engrinchado dijo “estás bien cuñada”, en la indignación del aliento de zorrillo la vida se desvaneció como girasol sin sol.
Al recobrar la memoria me encontré en el errante ligero incidente hecho a flote, a un lado estaba Carmen con sus ojitos dulces como el néctar de las flores, al otro sin saber que pensar, la pulga trapecista trataba de apaciguar las asperezas en el zumbao del sobresalto y en la mesita de noche estaba la servilleta pero como todavía estaba mareada me senté a escucharlos, eran ecos, frases entre cortadas, era nene boquiabierto por el encantamiento de Rosita que se hallaba a mi lado empapándome de agua fría por la frente.
     − ¡Qué te pasó manita!, −repuso.

Como bohemia soñadora emocionada prontamente desdoblé la servilleta y en palabras bien trazadas había escrito “nunca sabrá mi secreto”, mi corazón se empequeñeció como un granito de arena y por más que traté de pasar el nudo en la garganta perdí la calma y la sensación de la indolencia se entrelazó con la indignación del escollo de la furia, las emociones encontradas recorrían por mis venas como llama ardiente, entonces me levanté furiosa con ganas de arrancarles los cabellos y decirle de una vez por toda lo miserable que sería al lado del negrito fufú, así que respiré profundo y corrí, la sangre chorreaba de la pequeña herida en la cabeza, pero me contuve cuando el pecho de pingüino se despedía de mamá que seguía  con Isaac entre brazos, y la tristeza de mi hermana se le notaba en esos ojitos lagrimosos envolviéndose en la desolación espeluznante de un vertiginoso encuentro, eran dos almas que no merecían estar separadas y el rodilla de luciérnaga andariego flotó ligeramente bajo las estrellas hasta perderse de vista, mi hermana apretaba mi mano para no llorar y yo le sobaba la espalda, luego, en la docilidad de la empatía se quitó el broche en la tranquilidad de la aridez del viento y dijo “es el broche… es el broche quien tiene la respuesta, ahora es tuyo, tú también mereces ser feliz”.

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