Hace dos días cortaron
la mata de aceite al frente de mi casa, y mi hijo con lágrimas en sus ojos me
dijo “éste es el peor día de mi vida” y yo para animarlo le recordé que hizo
una niña para que no cortaran una mata “se subió sobre ella para impedir que la
cortaran”, pues, esto sucedió en una película, nada real.
Ayer me dijo “siento un
gran vacío” y su papá le contesta “sí es una gran tristeza, pero hijo acuérdate
cuantas veces teníamos que sacar a los jovencitos con regañadiencia y a la vez
con miedo, para que dejara de consumir
drogas detrás de ella, en las noches carros sospechosos llegar que no nos
dejaba dormir, muchos condones en la arena y
hombres que llegaban para orinar”. O sea, lo que supuestamente debería ser un
regalo de la vida, más bien era, un dolor de cabeza por parte de los vecinos y
de conmigo mismo, porque dónde estaba la seguridad”.
Por supuesto que no
fuimos nosotros quienes la cortamos ni mucho menos los vecinos, sino una nueva
construcción que se iniciará, que todavía no sabemos que será. Un dolor de
cabeza menos para nosotros aunque mi hijo esté triste porque en su inocencia no
comprendió lo que sucedía detrás de la mata de ceiba.
No era que, solamente
él fuera a manejar bicicleta bajo su sombra, ni mucho menos los nidos de
paraulatas que él observaba con mucho entusiasmo en los atardeceres y las
bandadas de loros que reposaban en el amanecer o el águila vigilante de los polluelos
recién nacidos, era más que eso, detrás de esa inocencia se esconde el horror
de una mata en plena ciudad.
Escribe Hogareña