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Ya en el piso, los dos extasiados,
súbitos queriendo gritar casi incontenible, araña la sudorosa espalda que se
agita sin cesar. El amor se ocultó en la pretensión del placer pecaminoso, y
qué importa, si ya es una sola alma. La ardiente llamarada gimen al
acariciarse, al faltarse el respeto, era como nacer y morir, dejó de
existir el uno del otro, la vida y la muerte misma. No había nombre ni origen,
solo las manos agarrar la larga cabellera, otro beso más y morder suavemente
los labios.
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