CANSANCIO EN LAS COLAS

Desde hace días decidí por alguna razón escribir en el blogger todos los días, estoy muy contenta porque me gusta hacerlo y lo disfruto bastante, es como escribir un diario personal pero con la esencial de que las personas lean lo que escribo, y ahora me pregunto ¿Porqué me gusta que las personas lean lo que escribo? todavía no lo sé, pero lo que sí estoy segura es que siento una corazonadas y satisfacción que me hace sentir muy feliz.

Pero como toda responsabilidad, todo tiene sus problemas, esos problemas que nosotros mismos le ponemos cualquier nombre. El caso es que había apartado el lugar para escribir, una hora no muy exacta pero si estaba segura que era en las mañanas, cuando llevara a mis hijos a la escuela y después de regar el jardín... hasta que se me había olvidado "las colas", ¡ah! sí las colas que por lo menos dos veces a la semana tengo que hacer... y las amas de casas somos las protagonistas para tal responsabilidad injusta, y les digo injusta por el gran sacrificio que tenemos que hacer, (como ya se los había escrito otras veces).

Por ejemplo la semana pasada en dos días, hice una cola de un kilómetro y quizás más para comprar arroz, lo bueno fue que pude comprar un "bulto" como le decimos aquí, o sea, contiene veinticuatro bolsas de un kilo de arroz, cosa que por unos cuantos pasos tuve que cargarlo hasta la salida entre mis brazos, imagínese todo ese peso, luego, en ese mismo día otra cola para comprar aceite, otra cola para comprar leche, otra café, otra papel sanitario, y no conseguí azúcar ni harina pan.

Al día siguiente en el supermercado cerca de la casa estaban haciendo cola para comprar azúcar y harina, pero la verdad es que estaba derrotada, tanto así que ni siquiera lavé los platos, por una cola más de comprar pan para el desayuno.

Ahora bien, mi esposo necesitaba comprar cemento para terminar una pared, desde hace tiempo lo buscamos como "palito de romero" como decía mi abuelita. Lo cierto es que nos enteramos por el gerente de una ferretería que hoy llegaría. Por varias horas lo discutí con mi esposo, y llegamos a la conclusión de hacer la cola los dos para comprar seis saco porque solo venden tres por personas. Con todo el sacrificio del mundo decidimos: primero: los niños no irían a la escuela, porque no tenemos quien los cuide, segundo: no los tenemos que llevar para poder estar los dos, tercero: teníamos que ir a las dos de la mañana para poder agarrar un número no tan lejos, porque solo repartirían doscientos números y por supuesto no salir tan tarde de local.

Pues sí fue, nos levantamos a la una; desperté a los niños, los abrigué y a esa hora, dispuestos a cualquier cosa salimos a la calle, todo marchaba de acuerdo a lo que habíamos hablados. Para nuestra sorpresa al llegar a lugar, solo habían no más de treinta y cinco personas, eso nos alegró, pero cuando íbamos a notarnos en la lista nos tocó el número "ciento ochenta". Fue cuando mi esposo explotó de ira y comenzó a reclamar tal descaro de los presentes. Por más que traté de calmarlo, más era su furia, y con toda la razón porque él dice: primero: cómo nosotros el pueblo podemos aceptar que el gobierno nos trate como un animal que cada día nos encierra en un matadero, segundo: nosotros mismos somos responsables de tal mal, tercero: que nosotros mismo seamos ejemplos de justicia y dejemos que los demás también sean beneficiados del producto (y lo dice porque la primera persona de la fila tenía a más de diez personas anotadas pero solo ella estaba allí cuidando el puesto y así sucesivamente), cuarto: la mayoría que supuestamente compraría el cemento a un precio justo (según el gobierno, pero la ferretería los vendería a 50,00 Bs.), lo revenden cuadriplicando su precio o más, es decir, aplicando la matemática, 1 saco de cemento está a 39,00 Bs., y los buhoneros (algunos de los que estaban allí) los revenden a 350,00 Bs.

Así que después de haberse calmado, pasamos horas en el carro con nuestros hijos que se quejaban de la incomodidad y las nubes de plagas que nos azotó  toda la noche hasta el amanecer sin dejarnos dormir aunque sea un poquito.

Por fin llegó la hora de ordenarnos en la cola, eran doscientos números, habían trescientas cincuentas personas anotadas, y seguían llegando personas de todos lados, y la trifulca se armó por obtener un lugar en la venta. Mis hijos solos en el carro y mi esposo y yo con el gentío, nombres por nombres, puesto por puestos, personas que nunca aparecieron le daban oportunidad a otras personas y nosotros allí atentos a cualquier cosa. La gritería, las peleas, el mal sudor de algunos, perdonas fumando...ya había comenzado a sentir los calientes rayos del sol en mi rostro y la incomodidad de estar parada en la cola y mis hijos seguían solos, mis pensamientos comenzó atormentarme hasta que salí a verlos. Estaban allí tan inocentes jugando dentro del carro con grandes gotas de sudor por sus mejillas. Pero era peor sacarlos con ese poco de gentes extrañas.

Las horas pasaban y comenzamos a quejarnos con el supervisor, que parecía no importarle el tiempo parados en la cola, pues, la gandola que traería el cemento no llegó, y ni siquiera el hombre tuvo la dignidad de avisarnos que no vendría.

La gente gritaba y mi esposo leía el periódico para no entrar en furia para luego gritar: "este es el gobierno que ustedes tantos defienden" todos quedaron callados... y el gerente agregó "nuestro pedido se desvió para otro lugar por decisión de allá arriba, les juro que ese pedido era para acá, no tenemos la culpa, cómo hago... y un tipo que daba lástima sacó de su cartera desgasta un carnet rojo y dijo: "yo estoy autorizado para revisar el galpón donde tienen doce gandola de cemento, vamos allá y busquemos esos cementos... todos de los presente de lo quedaron mirando y sin decir una palabra le dieron la espalda.

En ese momento se escuchó otra voz que decía: "hasta cuando Dios...", fue allí cuando nos regresamos al carro y mi hijo mayor le preguntó al papá: "o sea papá hicimos todo esto para nada", y mi esposo con tristeza le contestó: "sí hijo lamentablemente sí, pero les juro que nunca más hacemos cola para comprar cemento. 

Ninguno habló en todo el camino, hasta que llegamos a casa y nos acostamos para descansar, pero los cuatros sabíamos que no lo podíamos hacer pensando que todo lo que hicimos y pasamos "por nada".

Escribe Hogareña