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martes, 19 de julio de 2016

MI CUENTO: LA CICATRIZ QUE ME ACOMPAÑA



LA CICATRIZ QUE ME ACOMPAÑA

El sol augura entre las montañas que aún se engalana con la blanquecina neblina, puedo ver una figura que se hace más y más grande, mientras el abuelo toma café en su taparita preferida curada de tanto usarla, yo me acurruco junto a la puerta de madera con mi tazón de avena cocida para apaciguar el frío y mi muñeca atravesada; la pequeña figura que se hizo visible es el tío Nicolás que entra a la casita de barro con un saco de verduras recogidas en el amanecer y un cuchillo cruzado en la cintura que no deja que nos arrimemos a él.

El tío saca un pañuelo descolorido del pantalón harapiento, se lo pasa por la frente, da un suspiro profundo y le pide la bendición al abuelo, éste extiende la mano para que también se la bese, se le puede ver un anillo plateado un poco manchado  y  los dedos curtidos de callos. El tío le besa la mano para luego darle un caluroso abrazo. Sin decir palabras, se regresa a donde está el saco para alcanzar algunas verduras y colocarlas en un canarín oxidado puesto en el ventanal de la cocina, toma el café con una sonrisa menuda en los labios, siempre está sonriendo, nos toca las cabelleras tiernamente y se vuelve a terciar el saco y se pierde en el camino.

La abuela tiene la olla en el fogón con aroma a oréganos esparcidos por los alrededores, al ofrecerme en ayudarla solo me dice “te puedes quemar muchachita, cuando crezca un poco más”. Ella sigue enjuagando los platos en la ponchera con agua y limón. Me voy al solar y allí están los carricitos de las casas vecinas esperándonos,  salgo corriendo detrás de ellos y conmigo mi hermano para montarnos en la mata de mango o en la de mamón.

En los ramajes nos comemos los trozos de las dulces cañas de azúcar que la abuela había cortado; al comerlas seguimos riendo y brincado, de repente las montañas, la casita y mi mundo dieron tres giros y fui a parar al suelo, en un intento de dar la “vuelta canela”. La cabeza rasgada con mucha sangre saliendo de mi cabellera y el griterío sin consuelo. Tremenda cicatriz me acompaña día tras día para recordar aquellos momentos fríos junto a los abuelos que me consintieron en toda la semana.


DAILET M. BUTTO R.

Gracias a "Letras con Arte" Editorial de España.


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