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Regreso a la ventana
entreabierta, y allí están los niños brincando en el tumulto de arena y hojas
secas, corriendo de un lado a otro, lanzándose pequeños frutos verdes caídos de
las matas y las niñas barriendo el piso bajo el cerezo para acomodar las
muñecas y varias tazas de té. Me los quedos mirando con deseos de estar junto a
ellos, y papá fija su mirada otra vez hacia mí, para luego decirme con voz
suave “ven hijita, tu mamá no quiere que
ensucies el vestido”. Abrazo a Carolina, aunque ella no brinca, ni ríe, ni
corre, solamente se deja querer hasta que la colocó en su cochecito dormida.
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