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Atrás, los niños caretos de
tierra amarillenta en cholas y pantaloncillos, corrían de un lado a otro,
mientras Manuela y Elvira reían con los jinetes sin que estos dejaran los
galanteos con los animales. Se podía ver el hueco al lado del tumulto de tierra
y el cura terminaba el Padre Nuestro con el rocío de agua bendita como de
costumbre, a la medida que se acercaban
el entierro. Los familiares lo volvieron a ver por última vez, entre griteríos,
lloriqueos y sufrimientos; es hora de bajar el cajón, las flores silvestres
tiradas por los acompañantes, la tierra roseada meticulosamente, el colocarle
una pequeña lámina de zinc con una cruz de madera rustica con garabatos del
nombre completo, fechas de nacimiento y muerte.
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