Una vez la abuela nos fue a visitar, mi madre había
cocinado espagueti y me mandó a comprar una pequeña barra de margarita (tenía
como ocho años más o menos), recuerdo que mis hermanos y yo nos pelábamos por
quedarnos con la envoltura de la margarina y así lamerla.
La abuela con sus ojitos risueños fijos en nuestros
alborotos nos decía, cuando yo era niña como ustedes íbamos la bodega a comprar
papeleta de café, podía ser una cucharilla, dos o tres cucharilla de café. Lo
comprabas en leche, arroz, harina o lo que sea, claro nosotros, nos reíamos de
sus historias, porque los alimentos que tomábamos venían en latas y por kilos.
Y no sé porqué en estos meses recuerdo mucho a la abuela,
la tengo muy metida en mi corazón y cuando salgo a la calle la veo en cada
rostro que camina por las aceras languidecidos y tristes, viviendo en la
decadencia y deseando que su suerte fuera otra.
Se venden las “téticas” en los buhoneros, las llamadas téticas
son cinco o seis cucharadas de leche, arroz, harina, café, detergente o lo que
sea; solo para comer al día y liberar un poco los bolsillos de los venezolanos
por lo menos y mañana sea lo que Dios quiera.
Los únicos que salen ganando son los buhoneros, que le
sacan más ganancias de las que deberían, pero quien controla tanta inflación e
imposibilidad de comprar los alimentos. Al fin y al cabo, abuela tenía razón y no
era una exageración lo que nos contó una vez, la estoy viviendo en carne propia
y tendré que contarles a mis nietos algún día.
Mi padre nos compraba dos latas de leche cada quince días,
recuerdo que nos compraba la marca “La campesina”, caramba cómo nos gustaba esa
marca, y el "toddy o el taco" como nos gustaba hacer bebida achocolatada con galletas maría o club social (eso era la merienda nada más), ni hablar de los helados que nos compraba mi padre en los fines de semana, a veces llegaban mis tíos y nos compraba hasta tres helados en un día, mientras ellos hacían una tremenda parrilla que hasta los vecinos venían a comer, y eso que no éramos ricos, porque antes hasta el más pobre tenía asegura sus tres comidas diarias con sus meriendas, eso sí que era vida.
Hoy en día mis hijos toman lo que consigamos y de vez en cuando. Almorzamos
con carne pero cenamos solo verduras. Y hay que tener una bola de billetes para
poder darnos gusto en algo mínimo (quizás una mayonesa, salsa de tomate, queso
amarillo o jamón). Siempre estamos atormentados pensando qué carrizo vamos a comer mañana y pobre de mis hijos que se sientes seguros que los voy voy a proteger del mundo y que le estoy dando lo mejor, llenándome de ira y mucha rabia por no poder ayudarlos.
Escribe Hogareña