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A LAS GRANDES MUJERES
A mi hermana, es la mujer a quién más admiro desde hace tiempo. Se
levanta a las cuatro, se echa un baño y se pone hacer el desayuno mientras
cocina el alimentos para sus niños (los tres). Ya a las cinco y media levanta a
los niños les cepillas los dientes a cada uno los vistes, luego le da el
alimento, para luego, ella arreglarse y ponerse glamurosa para día de jornada.
Ya con la hora encima, acomoda los bolsos de los niños, con la vianda, con ropa
y libros, sin olvidar cada detalle que después pueda arrepentirse. Enciende el
carro después de revisarlo, ya los niños están en auto con el cinturón de
seguridad puestos, mientras los niños juegan que juegan.
En la casa, con el cansancio a cuesta y sin ganas de hacer nada, baña a
los niños y pone cocinar la cena y el almuerzo para día siguiente. Lava la ropa
para no acumularla, barre la casa, sacude las camas, limpia los baños y miles
de tareas más. Y todavía con una sonrisa, nadie todavía ha podido marchitar su
alegría. Quizás esta noche llegue el esposo de viaje, que a pesar de trabajar
en otra ciudad tiene otra mujer, es mi hermana, la mujer que sufre de amor,
pero no se le ve triste, y no tiene la valentía de dejar atrás esa tristeza que
la está matando de a poquito con los deseos de que ese amor retorcido vuelvo a sus
brazos.
Y así miles de mujeres admiro, que salen a la calle a trabajar con el
cuerpo, con el espíritu en sus hijos y el alma en el hogar. Mujeres que apenas
duermen cuatros horas, y que trabajan veinte, mujeres que son padres también, mujeres
que lloran en el baño para que sus hijos no las vean, mujeres que ríen por el
logro de sus hijos, mujeres que se olvidaron cómo es sentirse amada y
protegida, mujeres que luchan día a día, mujeres que dan todo por el todo,
mujeres que son más que mujeres, son el alma y la mano derecha de Dios.
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