EMPATÍA

Hoy especialmente hoy estoy agotada, sin ganas de hacer nada, solo quedarme en la cama y ver la televisión. Súper cansada de hacer colas y ponerme en los zapatos de lánguidos rostros de las mujeres muerta de desaliento. Es como si el sufrimiento de ella fuera mío también. Y después de llegar a la puerta del comercio se acabó la harina de pan, y lloré como nunca, como cuando me avisaron que de quince balas mataron a mi primo, como al ver a mi tía llorar por muchas noches sin poder dormir y muchos días sin poder comer.

Regresé a casa y al tratar de olvidar lo sucedido, me puse a fregar, luego de unos minutos recibí un mensaje de la escuela de mi hijo, que decía “señora venga a buscar el niño”, sin pensarlo dos veces salí disparada y para mi sorpresa era la guardia buscando a cuatro jóvenes que estaban huyendo de ellos y se escondía en no sé dónde. 

Jóvenes no estudiantes de la universidad, sino estudiante de secundaria, jóvenes drogados que atracaron a los chinos. Dos anteriormente agarrados por la comunidad y tomando la justicia en sus manos casi les quitan la vida y otros huyendo.

Los buscaron en cada rincón de la comunidad; y mujeres que los escondieron en sus casas decían:

−No les diremos en donde están, porque ese niño puede ser mi hijo.

Y un señor:

−Entonces para que se ponen a consumir droga… para qué se ponen a robar… que lo agarren y se los lleven… ustedes son cómplices también…

Mientras que la mamá de uno de ellos, asustadísima, solo miraba aterrada sin saber qué hacer. Y otra madre (del muchacho golpeado) gritaba como loca. El guardia recogió el niño del suelo y lo metió en el jeep mientras la madre decía:

−Yo voy con ustedes porque si no me matan al muchacho…

Los guardias no pudieron sacarla de la patrulla.

Los ojos hondos de la primera madre, que todavía no reaccionaba de lo que sucedía, no podía hablar, parecía que estaba en otro mundo, no creía lo que sucedía, solo se agarraba los cabellos y se los estirabas de un lado a otro hasta que la hermana la tomó de la mano y se la llevó.

Los que huyeron nunca lo agarraron. –Son los muchachos que se la pasan drogándose bajo la mata de mango de la escuela –decía una mujer. –yo sabía que les iba a pasar algo malo, porque estos días actuaban como extraños, pero tu sabe que no podía decirle nada porque no vaya ser que me den un tiro o se metan en casa… −robaron al panadero la semana pasada… Y bla, bla, bla, bla… todos opinaban, todos decían… mientras yo solo escuchaba aterrada de lo sucedido.

Mi corazón latía con tanta fuerza que pensé que se me iba salir de la boca. Abrace a mis hijos con mucha fuerza, porque esos jóvenes podrían ser mis hijos y yo esa madre aterrada, me imagino la calamidad que está viviendo esa pobre madre. Me imagino el hijo que quiere salir de las drogas pero no puede porque ya está adicto, no trabaja, y la única forma de tener dinero es robar. Me imagino el susto del chino cuando le apuntaron con la pistola, a la comunidad cansada por los azotes de los muchachos, que ahora piden vacuna para que no los roben.

 Todavía esos jóvenes tienen otra oportunidad, quien los ayudará!

A lo mejor no tienen papá, se les escapó de las manos a la  mamá y los familiares, malas juntillas, la comunidad los rechazan, les gusta que la gente les teman, y para que estudiar si pueden conseguir dinero robando, les gusta las fiestas, salir en las noches, tener en los bolsillos el mejor celular, una cadena en el cuellos y una pistola en la cintura, sentirse grande cuando se drogan, y no ven otra salida sino vivir hasta los veinte años porque llegar a veinticinco es vivir demasiado.

Escribe Hogareña