ELLA

De reojos la miran extrañados por su extravagancia, incluyéndome, alguna vez lo hice. Hasta el día cuando nuestras vidas se cruzaron en la parada de autobús. Ella me miraba en la calidez de la inocencia de una niña de dos años, pero no eran dos años la edad de esta mujer al que todos rechazaban, no por ser la más bella mujer venida de los suburbios, sino por su trabajo, y más que su trabajo era lo que hacía. Con horarios invertidos, cabellos alborotados, un cigarro en la mano y una goma en la boca que masticaba con fervor.

Pero esta vez era diferente, sólo estaba allí y parecía una mujer como cualquier otra, ama de casa, una secretaria o maestra.

−Sube pues –me dijo despacio.

Y yo como distraída, di dos pasos en los escalones hasta encontrarme dentro del autobús, ella atrás parecía seguirme, y a mi lado se sentó:

−Gracias –le dije nerviosa todavía.

−De nada muchachita.

Recuerdo que mis manos había comenzado a sudar y miles de pensamientos revolotean por los alrededores, era la timidez que me envainó en ese momento.

−Toma una menta.

−No, no, gracias…

−No seas tonta… cuando te den algo, no digas no… anda, toma por favor…

Aún temblaba, pero agarré el caramelo. Ya no era una extraña porque la conocía desde siempre sin poder hablarle, sólo la veía de vez en cuando parada en la esquina cuando pasaba con mi padre, de regreso de la casa de la abuela en las noches. No había comunicación y ningún tipo de gesto que hiciera que las dos fuéramos más que desconocidas

 Por un instante, parecía que estaba atrapada en su mundo, en su vida. Tantas cosas que había escuchado en el transcurso de mi vida, hacía que me confundiera más y más.

En ese momento no había nadie que me detuviera, mi padre en el trabajo, mi madre en casa y el mundo quedó atrás, sólo ella y yo. Así que aparté mis miedos y le pregunté:

−¿Por qué la gente habla tanto de ti?

−Soy diferente, tú también lo eres, cada unos de nosotros lo somos… solo que no nos damos cuenta… solo de mí por mi trabajo, mi vestimenta y toda mi vida… pero mira hija, soy de carne y hueso, no muerdo, sólo me gano la vida con lo único que sé hacer… tu tiene esos libros allí bien bonito y forrados, te aconsejo que le saques provecho, estudia es lo único que te digo y aprende hacer algo que eso te salvará tu futuro… yo no tuve esa oportunidad y no conozco otra… y a esta altura de mi vida no me interesa conocer… tu me entiendes verdad, ahora cállate y disfruta del viaje.

Esas palabras desataron miles de interrogantes, era como si no le preguntaba mis inquietudes en ese momento, jamás lo haría, a lo mejor no la vería más o antes de sentirme miserable me llenara de timidez, así que respiré profundo y volví a preguntar:

−¿Te has enamorado?

−Muchísimas veces, he perdido la cuenta… pero nada cómo el amor de mis hijos, por ello soy capaz de cualquier cosa y ellos me aman sin cuestionarme, tú me entiendes verdad.

−¿Alguna vez te has asustado?

−Infinidades de veces, todas las noches, sin saber que cliente te va a tocar…. Pero bueno parece detective, deja la jodedera…

−Y…

Ella me interrumpió.

−Déjame terminar pues… mis hijos son mi único tesoro soy lo único que tienen… también tengo miedo de enfermarme, pero es un riesgo que debo tomar sin titubear… y que me importa mijita, si ellos no me juzgan que me importa esa gente que me critican… si muero mañana de una gripe dirán que es de otra cosa.

−¿Qué piensa de la gente?

Nada, no me importa, solo yo… los hombres han pasado por mi cuerpo y las mujeres celosas porque conozco lo que ellas no han podido descubrir de sus maridos.

Sacó un cigarrillo, y yo cómo soy alérgica al humo le dije que se aguantara las ganas para cuando se baje, luego agregó:

−Soy una mujer normal, ni más ni menos, siento y padezco, río y lloro… sé tú misma y no dejes que el mundo piense por ti, no espere algo del mundo, búscalo tú misma, cuando vayas a la discotecas no aceptes vasos de otra persona, cuida tu vaso, no confíes en nadie ni en tu propia sombra, sólo la familia es quien te va a salvar y Dios, bueno, reza todos los días, estudia y estudia… bueno aquí nos llevó el río, ésta es mi parada…

Yo más confundida que nunca, sin entender sus consejos me quedé muda, chiquitica, bajo tierra. Ella se terció el bolso y se levantó.

−Ésta va por mi cuenta, te pago el pasaje, pero la próxima lo pagas tú… allá afuera tú serás la misma de antes, esta conversación nunca pasó, te lo digo para no buscarte problemas con tus padres.

Nunca más hablamos, jamás volvimos a compartir el asiento, ella allá y yo aquí, aunque algo en nuestras miradas nos decíamos algo sin decir una palabra cuando nos veíamos, ella en la esquina y yo al lado de mi madre. Después de muchos años ya no era la Yamilet, sino la doña Sifonte, madre del doctor Carlos Sifontes, el doctor Marcos Sifontes y doctora Gabriela Sifonte. Tremenda casa en la urbe aunque la misma mujer de siempre ya no trabaja en las noches y algunas veces cuando voy a la casa de mis padres oigo a muchas mujeres hablar de lo valiente y la vida dura que llevó ésta mujer en su juventud, ésta vez no hablan como antes sino como la heroína.

Escribe Hogareña