LOS DESEOS DE ROSA

La manija ovalada resbala al abrirla, las campanillas suenan al sentir la suave brisa pasar y las ventanas empañadas anuncian que el invierno está cerca. La calefacción cruje paulatinamente mientras las jovencitas se preparan para las labores escolares.

La maestra Brenda había asignado muchas tareas, Rosa se tercio el morral donde reposaban los colores que le prestó  su hermana Amanda, unas hojas blancas, varios cuadernos, el libro de estudio  y un lápiz a medio utilizar; salido corriendo a buscar su abrigo en el closet.

En el bolsillo del abrigo volvió a encontrar la carta de aquel muchacho careto del campo, un muchacho sucio, un muchacho de ropa amarillenta a olor a jabón, un muchacho sin educación pero muy robusto de tanto cargar leña, arar las tierras, cargar agua para la casa y montarse en las matas. Un muchacho de enormes músculos y ojos profundos.

La carta a poco entender con aquella letra torpe y oraciones sin coincidir descifran sus intenciones. Aquellas mismas intenciones escuchadas en el baño de la escuela entre Carlota y Javier. Fue la primera vez que sintió su cuerpo estremecerse y su parte íntima palpitar. Esa primera vez que salió corriendo a la iglesia a pedir perdón por ser tan pecaminosa y rezó tres rosarios para ser perdonada.

A pesar de haber rezado miles de veces el “Ave María”, todavía sentía la misma sensación extraña por todo su cuerpo,  que a pesar de ser un pecado, le gustaba la idea de tocar aquellos labios y ser besada por doquier. Un escalofrío recorrió desde la punta del pie hasta la cabeza, un hormigueo sin razón en el estómago,  alguna satisfacción de pensamientos osados  y un desespero por experimentar algo diferente. Rosa busca con la mirada al muchacho para devolverle la carta atrevida, en la misma esquina donde la esperaba con insistencia cada día y que ella ignoraba. Esa mañana fría el muchacho no apareció. Volvió a darle otra vuelta al pasillo antes de la entrada a clases. Escondió la carta.

Se pregunta a cada rato a sí misma, sobre su aptitud poco usual, sin tener ninguna respuesta a sus preguntas. El muchacho tosco se asomó por la puerta, de reojos notó su ropa húmeda algo descolorida y aquel pecho terso. Rosa se alegró y ésta vez no sería el desprecio de ayer.

DAILET M. BUTTO R.

Gracias a Letras con Arte... en la Antología "Erótico"

Escribe Hogareña