MÁS O MENOS BIEN

Mientras sacudo el polvo de los adornos de la repisa con el pañito húmedo casi negruzco, me disipo en la soledad que me atosiga en cada muñequito que cambio de lugar, pienso en cualquier hombre que camina por la avenida principal y se pierde en el gentío cuando llega a la redoma y cruza a la derecha, en la mujer engalanada con aquellos zapatos de tacones puntiagudos estimulada por el coqueteo cuando siente que la observan con admiración, en el niño que llora en brazos de su madre esperando el cariño, en las cientos de mariposas que revolotean en las flores silvestres en medio de algún sendero del campo, en la magia de las estrellas con su singular luminosidad titilante cuando cae el anochecer, en la brisa que golpea en los ramales que cuelgan en cualquier riachuelo y todo aquello que se me viene a la mente sin poder detener todo ese misterio de la vida, y es exactamente allí cuando mi corazón comienza a latir más y más fuerte, las ideas llegan unas tras otras y la locura se apodera de mí. Sin mediar agarro un lápiz, más atrás varias hojas sueltas y mi mano ansiosa vuela en la imaginación acompañada de la fuerza exorbitante de la cascada del Niágara, de algún rincón curioso de la comunidad Luba de África, de la genialidad intelectual y días de  trabajo arduo para mantener en pie la torre Eiffel en Europa, en las bondades de las cordilleras del Himalaya en Asia, en las ciudades abandonadas en Jerusalén, en el bravío río Orinoco en mi propia ciudad, y jamás termino de pensar, pensar, pensar y escribir, escribir hasta sentirme a gusto.

Se me olvida respetar los márgenes cuando se trata de escribir alguna idea, solo se me viene la creatividad, los hormigueos en las manos para sostener el lápiz y donde caiga el creyón allí empiezo ni son ni ton, algunas palabras corridas y otras imprentas, algunos puntos extraviados por aquí, unos guiones equivocados por allá, un asterisco de más, quizás una señal o una nota por un lado, pero cuando es necesario hacer alguna corrección allí está la mirada directa dispuesta a cambiar alguna oración.

Después de la invasión de ideas viene la calma, y le doy importancia a la elegancia de los márgenes, los puntos, los signos, las letras moldeadas y el buen escrito, y si alguna palabra no me gusta la cambio de inmediato, vuelvo a sonreír y puedo seguir mis tareas.

Esto me recuerda que en la cotidianidad de los días se vuelven reglas que cumplir, asignación en el transcurso de los días que se convierten en semanas, meses y años, y nos volvemos desquiciados si algo se sale de control, opacando la alegría y el significado del por qué estamos aquí. Puede ser algo inesperado, un evento familiar, un nuevo miembro a la familia, un viaje para cualquier lugar, las tradiciones de los años, alguna tragedia, lo que sea, y todo nuestro mundo se pone de cabeza sin ninguna dirección clara, cargada de muchas emociones.

Pero luego, siempre llega el tan necesario equilibrio acompañado de la costumbre, volvemos a la tan anhelada rutina cuidando los límites que nosotros mismos establecimos y las obligaciones que es necesario cumplir como el margen del papel, el punto, la coma, el acento, la punta afilada del lápiz y la hoja impecable, un gran libro a un lado y el diccionario del otro y no puede faltar el café recién colado que saboreamos con el gusto de leer un buen escrito.

Y cuando vuelvo a la realidad, estoy colmada de hojas por doquier y el piso bien pulido, orgullosa de haber calmado la adrenalina que se apacigua a la par de mí caminar por las esquinas de la casa.

Escribe Hogareña