PECADO
EN EL TEMPLO
Detrás del atril, hablando
del misterio de la creación del universo, la bóveda celeste de la divinidad, en
un sermón referido a la perfección en que fue creado la mujer y el hombre. En
ese instante, mientras miraba a los feligreses que escuchaban atentamente, ella
recordó pasajes de su niñez, una infancia reservada, quizás santificada. Pero más
allá de eso, en el mueble descubría algo diferente en su cuerpo, un cosquilleo
ajeno que la hizo sentir avergonzada y se preguntó en varias ocasiones si Dios
la había perdonado. Ahora entendía que es que parte de la naturaleza.
Sus manos de deslizó
lentamente abajo del vientre y su corazón comenzó a palpitar muy fuerte, era un
pecado, algo prohibido que jamás lo confesó al sacerdote. Aunque había olvidado
esa etapa de su vida. Había regresado los deseos extraños e intensos, y no era
el tocarse, sino un dolor en el corazón aunado a los deseos más fuerte que ella
misma. En ese discurso de las virtudes y defectos del hombre, sin ni siquiera concebir
alguna respuesta del para qué fue creada,
se perdió en la mirada de aquel hombre sentado en la esquina de la parroquia,
que no le quita la mirada de encima, que la hace sentir diferente y la hace
olvidar del mundo entero. El ardor de estómago que no se quita con nada y malos
pensamientos que afirman que es una prueba del creador. No era la primera vez en
verlo, sino en muchas pláticas intercambiando ideas de la voluntad de Dios que
jamás llegaron a estar de acuerdo.
Era tarde cuando el sermón
había terminado, ella nerviosa pronosticaba lo que podía ocurrir, cerraba los
ventanales del salón. El muchacho vacilante todavía permanecía sentado, a pesar
de sentirse asustado, sus manos temblaba, pero decidido a cualquier augurio
sabiendo la respuesta de la religiosa porque
todo dependía de Dios y lo que ellos sentían el uno al otro. Ella lo miró a los
ojos sin titubear, firme y tranquila, quiso defenderse bajo de ese hábito
grisáceo pero desde hace tiempo se había rendido para los que fueron creados,
sin mediar palabras él tomó valor para levantarse del asiento y caminar despacio
con temor hacia ella, la agarró por la cintura. Ella no opuso resistencia. La
apretó junto a su cuerpo y tiernamente sus labios se movían suavemente. El
pecado se consumó bajo las miradas de los santos.
Dailet
M. Butto R.
Gracias a la Editorial "Letras con Arte" por seleccionar mi cuento para la Antología "Ero y Afrodita IV" en España
Escribe Hogareña
0 comentarios:
Publicar un comentario