BESO ROBADO

El muchacho de ojos marrones, entra a la iglesia como cada mañana, camina despacio hasta el altar, toca el agua bendita de la pileta de mármol para hacerse una cruz en la frente. Mira de reojos, a las señoras que rezan de rodillas frente al santísimo y se adentra a la sacristía tratando de no patinar en aquel piso pulido. Quiere ser sacerdote, un buen hombre con deseos de ayudar al próximo y ser redimido de todo pecado, de cualquier pecado, el chico perfecto.

Le vuelve a pasar un blanco paño de hermosos bordados en la orilla, a la copa de plata con incrustación de brillantes piedras de diversos colores, solo por el lado de afuera, por instrucción del sacerdote; recoge las canastillas medio llenas de billetes y monedas dadas por los feligreses en la primera ceremonia y escucha las conversaciones de los demás sin repetir alguna palabra.

En las tardes nos reunimos en el cine improvisado por don Carlos para los niños, una pantalla blanca y un retroproyector antaño, y aquel muchacho de piel clara vuelve a ser uno de nosotros, corre a los alrededores para ensuciarse de pies a cabeza  y con la resortera le tira piedra a las lagartijas pero no le pega a ninguna. Nosotros creemos que es el primero en entrar al reino de los cielos, él sólo ríe y sigue corriendo.

María que es tan coqueta lo sorprendió al  besarlo en una noche estrellada, pero él se limpió los labios con la manga de la camisa de raya. Él se volteó y calló de rodilla al suelo pidiendo perdón con sus manitos juntas mirando a esa enorme luna. Nosotros sentaditos en la grama nos volteamos asombrados y María lloró como nunca la había visto, ni siquiera cuando su mamá la obligó a comerse aquel caldo de pescado. Dos corazones rotos en esa noche bonita que nunca comentamos y que solo el sacerdote supo en la confesión.

Del cine solo queda la pantalla carcomida por los años. El muchacho flacucho que fue criado para ser sacerdote, entre primas monjas y tío monseñor, dejó su ímpetu por culpa de aquella noche de enorme luna y cientos de estrellas, se  casó con María que dejó de sacudir la cintura al caminar en esas faldas cortas y se recogió la cabellara. Si los ven, jamás pensarían que el beso robado los llevó a descubrir el amor.

DAILET M. BUTTO R.

Gracias a "Letras con Arte" editorial de España", en la Antología "RECUERDOS DE MUSAS DE VERANO"